El periodismo que sí tiene futuro

Plantearse si tiene futuro el periodismo en un mundo globalizado, cuya característica esencial es la información, es tan absurdo como preguntarse si gozan de buena salud las redes sociales.

Facebook acaba de fijar el precio de su colocación en Bolsa, que podría alcanzar la cifra de 73.000 millones de euros: más o menos la suma de lo que valen Telefónica y el BBVA.

Es verdad que una cosa son los sectores y otra, las empresas. En todo caso, los datos de las empresas periodísticas en España son descorazonadores. Aunque entre los 6.200 empleos perdidos en los últimos cuatro años los hay de empresas que explotaban televisiones y revistas, la crisis y el debate de los profesionales se centra ahora en si los periódicos (en papel o en formato digital) tienen futuro.

Primero hay que analizar por qué se ha llegado a esta situación. En los periódicos confluyen dos grandes crisis: la económica y la derivada de un cambio estructural como consecuencia de la irrupción de internet como medio masivo de información.

La recesión ha golpeado de manera brutal a los periódicos. Desde 2007, la publicidad ha caído un 55% y la difusión se ha reducido en más de un 7%. Como resultado, los ingresos han bajado como media en casi un 40%. No hay muchos negocios en España que se hayan visto sometidos a un proceso tan acelerado de adelgazamiento.

En paralelo, las webs de los grandes periódicos -que ofrecen gratis información y entretenimiento- han disparado el número de sus usuarios. Por ejemplo, elmundo.es registra ya una media de 30 millones de usuarios únicos al mes (ese dato corresponde al pasado marzo).

Sin embargo, los ingresos de la web en relación con los ingresos totales de EL MUNDO representan algo más del 10%.

Es decir, el enorme éxito de las webs de los grandes periódicos no se ha correspondido con unos ingresos que puedan compensar la caída en publicidad y difusión de sus hermanos de papel.

Acabo de hablar de datos correspondientes a EL MUNDO, pero el problema es el mismo en todos los grandes periódicos.

Por tanto, las empresas periodísticas tienen que adaptarse a esta nueva situación. Las que sepan dar respuestas adecuadas sobrevivirán; otras, desaparecerán.

¿Cómo hacer para sobrevivir? Aquí yo distinguiría dos planos. En primer lugar, el de la generación de nuevos ingresos. El lanzamiento de periódicos electrónicos de pago, adaptados al iPad, como es el caso de Orbyt, es una fórmula que está dando modestos aunque esperanzadores resultados. Sin embargo, es inaplazable plantearse el cobro de una parte de la oferta de internet, como ya hicieron The Wall Street Journal y Financial Times y, más recientemente, The New York Times. Si esa alternativa no se pone en práctica, algunos medios no podrán aguantar mucho tiempo.

Pero, ojo, las webs de los periódicos no son los periódicos. Son mucho más y por ello pueden permitirse tener una amplia variedad de oferta gratuita.

¿En qué se diferencian los periódicos del resto de los medios? ¿Cuál es su valor añadido?

Mientras que la televisión es un medio en el que prima el entretenimiento ligado a la imagen; la radio es el soporte ideal de la inmediatez, ligado a la voz; internet es, sin duda, el mayor competidor para los periódicos: conjuga imágenes, audios, inmediatez... Y además, ¡es gratis!

Sin embargo, los periódicos tienen un elemento diferencial respecto al resto de los medios: que lo que ofrecen es fundamentalmente información, análisis y opinión. Así ha sido y así seguirá siendo.

Ahora bien: ¿cómo tienen que ser los periódicos para ser competitivos? Naturalmente tendrán que ajustar sus costes a sus ingresos, pero eso es lo que tiene que hacer cualquier empresa. Lo que nos interesa a los profesionales es cómo tenemos que hacer los periódicos para que los ciudadanos crean que merece la pena pagar por ellos.

Precisamente porque lo que ofrecen es información y porque esa información está confeccionada por periodistas expertos y cualificados, han sido y siguen siendo todavía el medio más influyente. Los debates sociales, la agenda política de los países democráticos las marcan sus grandes periódicos, mucho más que las televisiones, las radios o las redes sociales.

Es, como lo define Philip Meyer en su libro The Vanishing Newspaper, «el negocio de la influencia».

Para que los periódicos sean esa herramienta de control de los abusos del poder político o financiero, su contenido tiene que ser cada día más diferenciado, más exclusivo y, por supuesto, más contrastado.

A muchos les gustaría que ese periodismo dejara de existir, que la información se convirtiera en una especie de producto manufacturado que se adquiere en las ruedas de prensa o en las declaraciones o comunicados de los interesados en difundir sus mensajes.

Pero no es así. Ese es precisamente el periodismo que no tiene futuro.

Decía el lema esgrimido por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España para conmemorar el Día Mundial de la Libertad de Prensa: Sin periodistas no hay periodismo y sin periodismo no hay democracia. Básicamente estoy de acuerdo. Desde luego, no hay democracia sin periódicos y los periódicos deben hacerlos los periodistas, los buenos periodistas.

En ese punto es necesario un análisis autocrítico, porque los profesionales tenemos una parte de responsabilidad en lo que está ocurriendo.

El periodismo del futuro no puede ser complaciente con la mediocridad. El periodismo declarativo, la mera transmisión de las noticias que ya se han difundido a través de otros medios, no tiene cabida en el nuevo escenario, que se caracteriza por una gran oferta ante la que el público es cada vez más exigente.

Probablemente, los periódicos en unos años tendrán muchas menos páginas; tal vez, no tendrán tanta difusión como la que tienen ahora. Pero las personas que los compren serán las más influyentes.

Ese nuevo modelo nos exige estar más formados, ser más especializados y manejar una amplia gama de fuentes de información.

Los periódicos que apuesten por el periodismo de calidad, que eleven los niveles de exigencia a sus profesionales, que proporcionen a sus lectores historias nuevas y sorprendentes cada día sobrevivirán. Ya se ha agotado el tiempo en el que nos podíamos permitir el lujo de divagar.

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