'The Artist' y Rajoy, vida en blanco y negro
CÓMO estaremos de hartos del vocerío insustancial y del griterío ambiental que la película de la temporada es muda y en blanco y negro. The Artist es la vuelta a lo esencial, el regreso a los orígenes cuando ya parecía que la cuarta dimensión estaba a punto de inventarse. La expresividad de los actores sustituye a los diálogos y la sencillez de la historia a los efectos especiales.
En España ha pasado algo parecido esta semana. La amplia y diversa gama cromática que desplegaba Zapatero ha desaparecido para dar lugar al blanco y negro de toda la vida. El mago de la comunicación empática que llevaba un periodista dentro ha sido sustituido por un presidente al que le gustan los periódicos sin titulares. La colorista y naif película con la que Zapatero arrulló nuestros sueños de riqueza será sustituida por el cine en blanco y negro para irnos adaptando a la dureza de los tiempos.
Los actores que ha elegido Rajoy son tan buenos como los de la película dirigida por Hazanavicius. Valores seguros, ministros confortables para el presidente. Si el centro político existe, está dentro del Gobierno. El presidente ha decidido sentar en el Consejo de Ministros a su propio yo multiplicado por 13. Liberado de cualquier vínculo con el sector más conservador del PP, ha roto amarras con el aznarismo más conspicuo. Ungido por las urnas, ya no debe nada a nadie.
El presidente tiene motivos para estar satisfecho. Él, como sus ministros han sido acogidos en los medios con una lluvia de aplausos, elogios, halagos y lisonjas. Hay quien dice que ha podido ver la llama del Espíritu Santo posada sobre La Moncloa. Por bueno que sea el Gobierno, los pelotas se están pasando varios pueblos. El servilismo con el poder es uno de nuestros pecados capitales.
Y además es una de las causas por las que todos los presidentes españoles -con la excepción de Calvo-Sotelo- han perdido el sentido de la realidad. Rajoy ha hecho una exhibición de poder sin precedentes. Dueño de vidas, tiempos, haciendas, emociones, tristezas y alegrías, hace lo que quiere, cuando y como quiere.
La gestión de la vanidad es más complicada que la reforma del mercado laboral, el derroche de egocentrismo puede ser más difícil de frenar que el gasto público y el abuso de poder puede ser tan dañino como la prima de riesgo. Por eficaces y preparados que sean, unas elecciones no convierten a Rajoy en Napoleón ni a Soraya Sáenz de Santamaría en Catalina la Grande. Es cierto que son personas de sentido común y actúan más en blanco y negro que en color. Pero si el presidente y la vicepresidenta se llegan a creer todo lo que se escribe de ellos, que Dios nos coja confesados.