Rajoy, la apoteosis

Mariano Rajoy es el primer gallego que llega a presidente de Gobierno en democracia después de Casares Quiroga, aquel señorito sportman que jugaba al tenis. Mariano es también deportista y aunque se le ha criticado que sus obras completas van desde el Crepúsculo de las ideologías al Marca, lo cierto es que le gusta andar y leer. «De niño y adolescente, fui buen lector, sobre todo de los clásicos castellanos. En el colegio nos hacían leer La guerra de las Galias y El Quijote». Sabe latín. Conoció y frecuentó a los escritores y filósofos.

Camilo José Cela lo tenía en alta estima y pronosticó que llegaría a ser presidente del Gobierno; lo eligió para presentar Madera de boj, su obra cumbre; después Mariano llevó a hombros, junto a Trillo y Cascos, el féretro de Camilo, bajo el grosellero donde el ruiseñor canta sin esperanza, al lado de donde vivían Salustiano, «que tenía un carallo descomunal», y Liduvino, «que se quedó ciego por peerse mientras rezaba el Padrenuestro». De Galicia le fascinan las mañanas con nubes y luego tan diáfanas, y de Madrid, como a todos los que vienen de la charca, la política, nunca desde la abstracción, sino desde el BOE.

Después de un extenuante maratón, sorteando a los faquires de aparato y a los lanzadores de cuchillos de los medios, ayer el Congreso lo hizo presidente. Hubo ovaciones, no de las mujeres con niños en brazos, sino de una casta política endogámica, mientras la calle hierve y el país se encoleriza. Llegó su apoteosis, cuyo significado original en griego es la colocación de los emperadores entre los dioses, pero él sabe que no le van a dar ni 100 días de tregua y que, en cierta manera, es presidente bajo vigilancia, cuando legislan los mercados y el poder Ejecutivo se comparte con el directorio europeo.

Mariano tuvo un gesto de gentileza inédito en nuestras costumbres cainitas, despidiéndose como un caballero de su antecesor: «Mis mejores deseos a Zapatero. Acertó y se equivocó, pero tuvo el honor de ser presidente del Gobierno. Siempre lo recordaré así». Esa generosidad romana no la empleó con las minorías a las que trató con destreza verbal y sarcasmo de buen orador. Quizá por eso el representante del PNV le recordó que puede quedarse solo en medio de una mayoría absoluta y le avisó del peligro de prepotencia. Rajoy no se ve ejerciendo la prepotencia, ni perdiendo las formas, táctica propia de minorías.

El portavoz de Amaiur pidió a Rajoy que fuera un estadista y el presidente lo contestó que quien tiene que dar pasos es ETA, no el Gobierno. El diputado de Amaiur, Iñaki Antigüedad, le contestó que la paz se hace con el enemigo, no con el amigo. Quizás, desoyendo a los Corbatas Negras, Rajoy tendrá que borrar la sangre de ETA del suelo de España.