Cuento chino

LA MUERTE de Kim Jong-iI nos ha metido un poco más el gusanillo de la curiosidad en el cuerpo. Líder de Corea del Norte durante 17 años, era hijo de Kim il-sung, y padre de Kim Jong-un, que ahora le sucederá. Todos pertenecen a la dinastía Kim. Una dinastía comunista, algo estrafalario y metafísicamente dificil.

La curiosidad periodística es proporcional a la distancia. Cuanto más cerca se halla el foco, más grande es la noticia. Corea (del Norte) está lejos de todas partes, excepto de China, y no sólo por la distancia geógrafica: también por la informativa. Los países opacos pillan completamente a trasmano. Albania, que cae a mitad de camino de Turquía, está igual de lejos que Corea porque no ha producido información para el exterior.

Desde el lunes, los telediarios ofrecen imágenes de gente llorando la muerte del caudillo con grandes aspavientos. Niños, hombres regorditos y con el pelo como un casco, militares de graduación, ancianos: todos lloran. Las lágrimas tienen efectos miméticos. Cuando muere un dictador, la gente derrama lágrimas como descosida. Hay suficientes ejemplos en la reciente historia. Aquí, sin ir más lejos, se lloró en su día la muerte de Franco. Por suerte, en la asepsia democrática, los políticos viven y mueren sin conmover a nadie. Cuanto más democráticos y más asépticos, menos alarde de emociones. Un jefe de Estado no es un padre, y las identificaciones que se han hecho en este sentido sólo han traído desgracias.

Desde hace años, Occidente señala a Corea del Norte como el espíritu del mal. Cierto es que el país vive encastillado en su régimen, pero no podrá resistir mucho los embates de las libertades. Sobre todo, el de la información. El día que el joven Kim Jong-un descubra Twitter, se acabará la fiesta.

Corea del Norte es una reliquia y así lo considera su propio Gobierno, que ofrece tours para que los americanos conozcan las maravillas del parque temático. Del juguete nuclear que guardan los Kim en la despensa, nada se sabe. Ese es el pretexto utilizado por Occidente para reforzar su marcaje al Gobierno de Pyongyang. Un pretexto cínico, pues hasta ahora el país que peor ha usado las armas nucleares ha sido EEUU.

En Corea, las esencias comunistas están aliñadas de morbo. Pese a su hermetismo, el régimen ha prohijado a un único occidental que ejerce de ministro ambulante (delegado especial, dice él). Se llama Alejandro Cao de Benós de Les y es un aristócrata español.