Urdangarin, pretexto para reafirmar viejas lealtades

En los medios, la polémica está servida con nitidez. EL MUNDO, con Eduardo Inda y Esteban Urreiztieta seguidos de un grupo creciente de reporteros que indagan en cada ángulo, empezó a desenmarañar la historia del Instituto Nóos y del yerno del Rey, una historia que empezó hace siete años en el suplemento Crónica con una noticia que empezaba: «Urdangarin y la Infanta se compran un palacete en Barcelona de 1.200 metros cuadrados y valorado en seis millones de euros».

A la derecha, varios periódicos han seguido el desarrollo de las pesquisas en curso entre el silencio y una prudencia tan exquisita que poco se distingue del mutismo: ABC, La Razón y La Vanguardia (que para estas cosas recuerda de repente su alma monárquica, últimamente postergada ante la nación catalana). A la izquierda, una prensa socialdemócrata sorprendida ha acabado reaccionando, subiéndose al carro de un asunto que le permite reavivar olvidados ardores republicanos.

Así, Javier Vizcaíno, crítico de medios en Público, atacaba: «La Gaceta cantaba ayer una bonita milonga en su portada. Anoten: 'La Policía Judicial acosa a Urdangarin'. ¿Carlos Dávila metido a palafrenero de la Corte borbónica? Tal parece, y todavía más, según se desprende de su notita a pie de página: '¿Se está utilizando este asunto para ocultar el de Blanco? Aquí no es que huela a podrido; es que el estiércol hiede'».

Leve inconveniente para ambos diarios: las revelaciones sobre Blanco y Urdangarin... han aparecido en un mismo periódico, éste.

Todo ello no ha sido óbice para que en El Periódico se jactaran de sus «exclusivas» y Josep Maria Fonalleras hablara de «un asunto [el de Palma Arena] que, de confirmarse la implicación de Urdangarin, se convertirá en una severa advertencia a la más alta magistratura del Estado», mientras que Emma Riverola invocaba a Gurb, el extraterrestre de Eduardo Mendoza, y apuntaba: «La historia abunda en ejemplos de cómo muchos [de los nobles], pese a las prerrogativas y los dineros que les adjudica el erario, sufren raptos irrefrenables de codicia. Y ahí está Urdangarin. El juez afirma que el hombre, no satisfecho con lo que le llueve del cielo, decidió apropiarse furtivamente de algo más de la hucha colectiva. ¡Qué cosas tienen estos terrícolas!».

Viendo tanto entusiasmo a la izquierda, el del converso que se quiere hacer perdonar, Federico Jiménez Losantos apuntaba en EL MUNDO: «Lo peor que he leído en los sans-culottes cebrianitas es que el yerno del Rey 'será imputado con toda seguridad', 'pero no por el momento'. ¿Cabe peor castigo que la espera? La Corona, con Spottorno al timón, debe empezar a rehacer un tejido que ya no puede ser de complicidades, como durante la Transición y el 23-F, sino de lealtades razonables y recíprocas para cumplir su compromiso con la nación española, única a la que se debe, y con la Constitución española, única en la que cabe la monarquía constitucional. Cuando Hammett publicó Cosecha Roja, aún no había nacido Urdangarin, pero Góngora lo había avisado: 'Sembré en la estéril arena / cogí vergüenza y afán'».