CARMEN MACHI

A tientas camina tu alma en el teatro de 'La Abadía'

Mi querida Carmen…

A los aficionados al teatro nos has dado tantas satisfacciones que mereces el reconocimiento permanente y el constante agradecimiento. Tengo todavía en los ojos y en los oídos la soberbia interpretación que hiciste en La tortuga de Darwin. Fue un asombro que nos conmocionó a muchos.

Acudí a La Abadía seguro de no equivocarme. Y así fue. Sobre un texto eficaz y serio de Miguel del Arco, con alguna puerilidad aislada en su hostilidad a la significación de Dios, te elevaste en el escenario para ofrecer una lección de interpretación, de expresión corporal, de vocalización, de pausas y silencios, de gritos del alma y voces del cuerpo. No tuviste un fallo. Todo un prodigio. El teatro en Madrid nos ha ofrecido últimamente monólogos femeninos especialmente brillantes. Nuria Espert nos asombró en La violación de Lucrecia; Ana Belén, grandiosa, la verdad, venció al texto de Gabriel García Márquez en Diatriba de amor contra un hombre sentado; Lola Herrera bordó la interpretación de Cinco horas con Mario, cogida de la mano de Miguel Delibes; y la genialidad de Angélica Liddell en varias obras por ella escritas, la han instalado en el primer plano del teatro español, sobre todo después de haber arrollado en el Festival de Avignon.

Desde 5 mujeres.com hasta Almuerzo en casa de los Wittgenstein, pasando por una veintena de obras más, te recuerdo siempre como una de las expresiones teatrales de más sólida factura de nuestra escena. En Juicio a una zorra alcanzas el esplendor. Tu interpretación de Helena de Troya me pareció impecable. A tientas camina tu alma sobre el escenario. Los espectadores puestos en pie te ovacionaron de forma interminable. Era el reconocimiento a una hora larga de gran teatro. Nadie te discute ya el puesto que ocupas entre las primeras actrices españolas y yo te dedico estas palabras públicas porque es de justicia hacerlo así, sin veladuras ni reservas.