La interpretación de los gestos

Tarde o temprano, todos los presidentes acaban elevándose varios palmos sobre el suelo. Así salió Mariano Rajoy ayer del Congreso. A simple vista, parecía que caminaba sobre las alfombras, como todo el mundo. Pero fijándose un poco iba en volandas sobre los gráficos de la macroeconomía. Los suyos ya habían avisado hace meses que encontraban a Rajoy la mar de crecido, suficiente y satisfecho de sí mismo. El debate lo ha confirmado. El mandato de Rajoy ha entrado así en una nueva fase. La fase en la que los silencios del presidente, sus monosílabos o el arqueo de sus cejas han de ser interpretados para otear un futuro que sólo depende de su voluntad.

El arte de interpretar al presidente no es cualquier cosa. En la etapa de Aznar había auténticos especialistas. El aprendizaje exige poner codos para estudiar. Y el que no aprueba la asignatura puede tener problemas. Dos ejemplos. Ruiz-Gallardón creyó que el presidente le había dado luz verde a su Ley del Aborto y ahora anda metido en un lío del que ya veremos cómo sale. Cospedal pensó que el presidente le había dado el plácet para la designación de José Luis Sanz como presidente del PP andaluz y después pasó lo que pasó.

Ahora anda todo el mundo detrás de la estela del presidente para saber si hay cambios en el Gobierno a propósito de la designación del número uno de la lista para las europeas. Los gestos y el arqueo de cejas durante todo el debate indican que a Rajoy este asunto le tiene sin cuidado. Mientras que su partido cree que el cabeza de lista de las europeas debería ser un candidato potente, él piensa que puede llegar al 25 de mayo sin candidato. Se basta él solo para ganarlas. Cabe decir lo mismo de los cambios en el Gobierno. El arqueo de sus cejas parece estar diciendo que quiere batir el récord presidencial de no hacer crisis de Gobierno. Pretende acabar la legislatura y empezar la siguiente con los mismos ministros. Todo un golpe. Y para golpe, el que le ha dado a todos los economistas, periodistas, analistas y políticos que le recomendaron que pidiera el rescate. Tomad titulares, listos. Todos se equivocaron y él acertó. El tiempo le ha dado la razón y él quiere ahora que todo el mundo se lo reconozca.

El presidente, seguro de sí mismo, ha hecho en este debate su gran apuesta. La de fiarlo todo a la macroeconomía obviando cualquier referencia a las calamidades de los españoles que no pueden pagar la calefacción y que comen gracias a los bancos de alimentos. Rajoy escuchó sin inmutarse las referencias de las ONG sobre el avance de la pobreza en España y la destrucción de las clases medias. Resulta llamativa la falta de preocupación del presidente por esta realidad. Ni un guiño hizo en su discurso a esa otra España. La apuesta es arriesgada porque sus gráficos macroeconómicos no se corresponden con la percepción de la calle. Y la calle, ahora silenciosa, votará el 25 de mayo.