El estado de los líderes

La Nación puede que siga deprimida y desesperanzada, pero el estado de los líderes de la Nación parece espléndido. Dispuestos y bien pertrechados para la pelea electoral que se avecina. En particular, el estado anímico del presidente del Gobierno es insuperable. Los informes de Moody’s y la bajada de la prima de riesgo han obrado en él una llamativa transformación en los últimos meses. Rajoy se mostró exultante, satisfecho, animoso y feliz de poder acudir al Parlamento no ya con un par de brotes verdes, sino con un bosque completo de árboles frondosos que empiezan a dar sus frutos. Tan satisfecho está el presidente que hasta ha olvidado su legendaria aversión a los titulares de los periódicos. Rajoy se recreó una y otra y otra vez en cómo han cambiado las primeras páginas de los diarios nacionales e internacionales en los últimos dos años. Desde la primera página de su discurso escrito, denso como suelen ser todos en la sesión de la mañana del debate, dejó claro que de aquí hasta el final de la legislatura no habrá otro mensaje que el optimismo. Ha superado la etapa de la esperanza para adentrarse en otra dimensión. La Moncloa ha llegado a la conclusión de que el entusiasmo es contagioso y que proclamar a los cuatro vientos el alborozo por la marcha de la economía pegará un acelerón a la propia economía.

En términos coloquiales, el presidente estuvo incluso sobrado de fuerzas, de ánimo, de ironía, de retórica y de vehemencia. Ya desde la mañana le advirtió a Rubalcaba que iba a por él en el cara a cara. Y lo hizo. El presidente y el líder de la oposición mantuvieron un duelo de altura dialéctica que finalizó con traca mitinera y ataques personales. Rubalcaba le recordó a Rajoy sus artículos de juventud sobre la superioridad de algunas estirpes y el presidente –con gran entusiasmo de sus diputados puestos en pie– le mentó su fama de mentiroso. El combate entre ambos no defraudó a las gradas. La campaña electoral ya se huele. En el debate hubo dos Españas y las dos existen. Cada orador se dirigió a su España. Rajoy a la España optimista de la macroeconomía, a la que ve Moody’s, a la España de las oportunidades sobre la que se abalanzan los inversores y fondos buitres. Rubalcaba, como después Cayo Lara o Rosa Díez, a la otra España, la de la pobreza, la desigualdad y la desesperanza, la de los niños que no hacen las tres comidas diarias y la de los españoles que no pueden pagarse la calefacción. Las dos Españas existen, pero en el debate no se entendieron ni se mezclaron. Se confrontaron. El líder del PSOE no defraudó a los suyos, lo cual ya es bastante. Su discurso fue mejor acogido en sus filas que el del pasado año. Una frase resonó más que otras. «Nunca he visto a un presidente tan pagado de sí mismo que tenga debajo tanto sufrimiento». Mucha gente estaría de acuerdo con él si hubiera mucha gente dispuesta a escuchar a Rubalcaba. Ese mismo discurso, dicho por un nuevo líder socialista, alguien como Renzi, por ejemplo, hubiera tenido otro impacto. Rajoy lo sabe y no le ahorra crueldad. El presidente también aparece deslucido en las encuestas, pero tiene el BOE y 186 luces verdes que encienden el panel de votación del Hemiciclo. Llega al debate, hace cuatro anuncios llamativos para combatir el paro –sobre cuya eficacia dudan algunos expertos– y ya ha ganado el debate. En cambio, Rubalcaba no puede ganar ni a los chinos. El líder socialista, por brillantes que sean sus mensajes, sólo tiene ante sí un camino de espinas y la piedad de sus compañeros de partido que dicen: qué pena de líder, que lástima de hombre de Estado al que nadie quiere escuchar a pesar de lo mucho que tiene que decir.

Una vez hubo acabado con Rubalcaba, el presidente del Gobierno se dispuso a merendarse también al resto de los oradores que pasaron por la tribuna. Hasta le pegó duro a Cayo Lara, lo que no suele ser habitual. Lo de Duran Lleida no le resultó difícil. Al portavoz de CiU le tocó un papel muy incómodo, porque su puesto le obliga a mantener una posición que no es la suya. Y, ya en su primer discurso, el presidente del Gobierno dejó claras cuáles son sus líneas rojas en relación con la consulta independentista en Cataluña. No hay espacio para el encuentro, ni siquiera para el diálogo. «¿Qué haría usted, señor Duran, si estuviera en mi lugar, si fuera presidente del Gobierno y alguien se presentara en su despacho para ponerle encima de la mesa un contrato de adhesión que no puede aceptar?», preguntó el presidente. «Haga una contraoferta», le desafió Duran, que no obtuvo respuesta.

El presidente abandonó el Congreso con satisfacción, en su cabeza sonaban aún muy frescos los aplausos de su grupo parlamentario. Sobre todo los de la traca final. Su cuerpo a cuerpo con Rosa Díez, contra la que Rajoy se empleó con más entusiasmo aún que contra Rubalcaba. La líder de UPyD fue muy dura al calificar la gestión del presidente del Gobierno y Rajoy desplegó toda su ironía para zaherirla, se burló de sus conocimientos sobre economía y se enfadó mucho cuando ella se refirió al aumento de la pobreza infantil. La química separa al jefe del Ejecutivo de la líder de UPyD. Saltan chispas en los duelos entre ambos. Ayer más, porque las campañas electorales se acercan y el líder del PP es consciente de que Rosa Díez le puede quitar votos. Ella también lo sabe y por eso le busca el cuerpo a cuerpo al PP.

Tal y como se esperaba, el Debate del estado de la Nación ha sido el primer acto de la campaña de las elecciones europeas. A juzgar por lo escuchado en el Congreso, será una campaña apasionada, como lo fue la primera jornada del debate.