Torquemada

LA CARTA pública de una hija adoptiva de Mia Farrow y Woody Allen contando que sufrió abusos de su padre nos ha dejado sin respiración. Se rumoreó algo en su día, cuando Farrow dejó a Allen tras sorprenderlo con otra hija adoptiva, la coreanita Soon Yi, con la que luego contraería matrimonio. Si el asunto no levantó más escandalera fue seguramente porque no se quiso echar por tierra el honor del idolatrado director judío. Todo estaba tan envenenado, y era tan estrafalario, que costaba asumirlo. Algunos, más desconfiados, pensamos que Allen había emprendido un trabajo de campo sobre los tabúes para luego hacer una película contra el puritanismo de la sociedad americana.

La moda de coleccionar niños de todas las razas triunfa en Hollywood. Mia Farrow, a quien le gustaba mucho jugar a las casitas, llegó a tener trece hijos (entre biológicos y adoptados). Ella tomaba la iniciativa, pero el director de cine no le hacía ascos a la idea. Dylan Farrow, la hija que dice haber sufrido abusos cuando tenía siete años, ha hecho un relato tan escabroso, y tan real, que no queda más remedio que aceptarlo. Aunque el tiempo ha pasado, vuelve la memoria, revivida por una hija que ya tiene 28 años y no ha perdonado a su padre.

En la era de la transparencia se sacuden las alfombras y se abren los armarios. Es lo que toca. Antes, las personas de relevancia social no tenían vicios porque se les ayudaba a ocultarlos. Hoy es al revés. En la plaza pública asistimos a la lapidación de personajes cuyos comportamientos nos han decepcionado. Cuando yo era joven leíamos a Nabokov con naturalidad. Ahora, ni se menciona; además, Lolita está bajo la tutela del defensor del menor y los hombres que miran de reojo a las jovencitas son considerados sospechosos de todo. No sé que pasaría hoy con Nabokov. No sé que pasaría con Wilde, Genet, o sin ir más lejos, Umbral.

No pretendo dar la cara por los menoreros como Nabokov, los maltratadores como Verlaine o los chaperos como Genet. Pero me asustan los juicios morales que retransmite la televisión, heredera del espíritu de Torquemada. La moralidad se despacha en los territorios de la conciencia y los comportamientos abominables, en los juzgados. Pero los libros y las películas nunca deben acabar en la hoguera.