Un país de ‘hobbits’
Jorge Moragas, la sombra muda del presidente, por fin habló para decir que no quiere que Cataluña sea un país de hobbits. Ya saben, hobbits, los enanos de orejas puntiagudas de los días antiguos, según la obra de Tolkien. La amenaza de los hobbits no sólo se limita a Cataluña, sino a todo el país e islas adyacentes. Hay hobbits autrigones, celtas y hasta guanches que viven a gusto en sus cuevas.
La destemplanza independentista aprieta cada vez más, con injurias y pedradas a la nación. Entiendo que Mariano Rajoy esté hasta los cojones de las polillas que no se limitan a comerse sus lechugas. Hay hobbits de las Islas Canarias, cuya geografía tiene forma de colonia, como recordaba aquel volatinero rojo llamado Sagaseta, inspirador de Canarias Libre y devoto de una Iglesia cubana/atea. Los satrapillas están madurando la traición y aprovechan la fragilidad y decadencia de los alerones y averías de la Monarquía y los Príncipes.
Paulino Rivero, presidente de Canarias, y de la coalición del mismo nombre, tiene la llave de las siete islas, donde el paro juvenil ronda el 60% y faltan camas para enfermos crónicos y agudos. Hace unos meses acusaron a Paulino de «tontear» con los nacionalismos radicales. Los nacionalcanarios hacen discursos bajo la bandera de las siete estrellas verdes, diseñada por Cubillo. Unas veces trincan con el PSOE y otras con el PP, ahora quieren formar una coalición de independentistas para ir a mangonear a Bruselas.
Hace unos días los jóvenes nacionalistas de CC llamaron a toda la sociedad a sumarse al rechazo de la política educativa de Wert. El resultado final: Ciudad sitiada, gritos de «Más hospitales menos catedrales» y todo porque Madrid les ha restaurado la catedral. El obispo aprovechó el desorden para recordar que aún le deben tres millones para terminar la obra, y en el subsuelo del motín estaba el ensueño de que Canarias quiere ser una nación.
Dime dónde van los ministros y te diré donde estallará la revuelta de ritmo abertzale. Marx fracasó como profeta, pero acertó al hablar de ese atavismo de mamíferos que marcan su territorio cuando escribió: «España es una aglomeración de repúblicas mal administradas con un soberano nominal a la cabeza». Así seguimos.
Los hobbits, desde la primera República (duró seis meses y dos días), no son pacíficos como los de El señor de los anillos, sino inspiradores del caos. La enfermedad contagiosa y terminal de los que habitaron España fue siempre el odio entre regiones. En la primera República, Granada declaró la guerra a Jaén, y Jumilla amenazó a Murcia. Aquellos decían «abajo los ricos, abajo los curas». Ahora, los patriotas buscan el paraíso en las islas vírgenes.
Siempre que fracasa un régimen o una restauración cada cual se encierra en su ombligo. Alguien dijo: «Con Fernando VII murió la Monarquía tradicional, con Isabel II la Parlamentaria, con Amadeo la Democrática». Si los hobbits nacionalistas siguen en sus termiteros, se comerán las vigas de esta democracia.