Enemigos eternos, ¡y que dure la cosa!

Hubo batallas legendarias en los años 50, pero muy pocos, incluso de los aficionados más veteranos, llegamos a presenciarlas. Luego vino el decenio perdido del Barcelona por aquella lamentable decisión de su presidente, Enrique Llaudet, de suprimir la sección de baloncesto, dizque frustrado por la superioridad del Real Madrid. Pero desde los años 70 llevamos ya cuatro decenios largos de batallas tremendas entre los dos grandes clubes del baloncesto español. Sí, también de fútbol, y eso les ayuda a financiarse. Pero todo el deporte de la canasta se ha beneficiado del espectáculo y del morbo de los dos eternos.

Decir Real Madrid-Barcelona es decir Luyk-Carmichael, Brabender-Flores, Corbalán-Solozábal, Epi-Iturriaga, Martín-Norris, Arlauckas-Karnisovas, Herreros-Navarro... Es la historia de 40 años de nuestro baloncesto, un tiempo dominado, hasta que la selección empezó a destacar también, por el enfrentamiento de los dos gigantes.

Ha habido altibajos durante esa etapa, más por parte del Madrid que del Barça: las vicisitudes en la presidencia del club y, por tanto, de la sección, y la incapacidad de mantener una estructura profesional competitiva desde la base hasta la cúspide –baile de entrenadores incluido–, han dejado huella en el equipo blanco. Éste sólo ha empezado a recobrar el resuello, parecería que casi por casualidad, entregando el equipo a un entrenador joven y sin historial como Pablo Laso tras el sonoro petardazo de Ettore Messina.

El partido de ayer llegaba en un momento delicado para el Barcelona, quizá amenazado por un período de oscurecimiento parecido a aquéllos del Madrid, tras perder el título 2013 y haberse visto a renovar más de lo deseado su plantilla –la baja de Pete Mickeal ha hecho daño–y haber vuelto a tener un éxito mejorable en incorporaciones como las de Boki Nachbar, Maciej Lampe o Kostas Papanikolau.

Un paseo militar del Madrid habría sellado el cambio de ciclo. Y, sí, el resultado final es amplio, pero a partir del momento en que empezó a defender con mayor concentración, aplicación y dureza en la segunda mitad, el Barça igualó el combate, se acercó varias veces y sólo un imprevisible arreón final de Ioannis Bourousis permitió al Madrid sobrepasar los diez puntos de diferencia. Cuando todo va muy mal, lo primero es detener la hemorragia. Más o menos, el Barcelona lo ha hecho y puede regresar a casa pensando que aún queda mucha competición. Tendrán, eso sí, que mejorar una serie de jugadores que están en un nivel decepcionante de juego. En cuanto al Madrid, que ya no anda tan imperial, sigue disponiendo de tantas armas que al final alguna, o algunas, acaban luciendo.