Pasar el ecuador

A CONTRAPELO

El 20-N era en España una fecha de difuntos. En tal día murieron Primo de Rivera y Durruti (ex aequo, 1936), Franco, en 1975; Brouard en el 84 y Muguruza, en el 89. De los cinco, sólo uno en su cama, no diré quién para no malograr algún relato de la memoria histórica. Fue el 20-N-2011 el día elegido por José Luis para las elecciones que pusieron fin a su presidencia. Dos años después, Rajoy pasaba el ecuador de la legislatura, momento para hacer balance de lo pasado y propósitos para el porvenir.

El Gobierno tiene en el haber una economía mejor que la recibida, ha sorteado el rescate que muchos dimos por inevitable y ha embridado la prima de riesgo, aunque no debe insistir en el concepto brotes verdes de Elena Salgado, cuando no eran brotes ni verdes, según ha confesado Solbes, que mintió por su vocación de suegra consentidora: ¿cómo vas a dar a la peña ese disgusto en plena campaña electoral?

«Yo creo en la unidad de España», dijo ayer el presidente, afirmación aceptable, aunque no sé si es para voltear campanas que el párroco diga en el sermón: «Yo creo en Dios». Por más que Llamazares pudiera considerarlo una provocación, hay cosas que la gente normal da por supuestas.

Rajoy no va a bajar el IVA, ni siquiera el cultural, no piensa hacer crisis de Gobierno, y para lo de Cataluña ha anunciado que ya le ha dedicado 29.000 millones, que es lo que todo el mundo debería hacer. ¿Más dinero? ¿Y quién más tendría que hacerlo si ya lo hace él con el dinero de todos? ¿Tenía que escoger el aniversario de su triunfo para traicionar una promesa tan importante como la independencia del poder judicial? (Programa electoral 5.2.11. Una democracia ejemplar).

El Gobierno ha fiado el futuro a un solo lance, el económico. Rajoy pertenece a una clase de políticos resistentes, modelo Berlinguer, Culo di ferro. Le pasó en 2008 y puede volver a pasarle ante el desafío soberanista en Cataluña. No es improbable que a Artur Mas, líder insólito, se le caigan los palos del sombrajo, por la ley de la gravedad. O si no, por su propio peso, pero sin que Rajoy tenga que abandonar su posición de don Tancredo. Se equivoca, sin embargo, al creer que lo único que importa es el resultado final. A lo largo del partido ha ido languideciendo la afición y la ciudadanía ha vuelto a una actitud muy española en la decadencia, sentir lástima de sí misma.

El presidente tiene ya más por detrás que por delante y no será de buen tono citar la herencia recibida. A partir de una edad, uno empieza a ser hijo de sus propias obras, para lo bueno y para lo malo. Al final de Los profesionales, Ralph Bellamy le escupe a Lee Marvin: «Es usted un bastardo». «Sí, señor», replica el mercenario. «Pero en mi caso es un accidente de nacimiento, mientras usted se ha hecho a sí mismo». Dicho sea sin ánimo de comparar, naturalmente.