Infanta y vileza

Los chacales neoliberales contra los osos bolcheviques, gaviota contra albatros. Crece la desconfianza a los partidos e instituciones. Los silbidos, abucheos al Rey, a los Príncipes de Asturias y a los ministros del Gobierno, se van a agrandar cuando llegue la noticia de la no imputación de Cristina. La infanta no se dedicaba a dar puntadas al faldellín de raso; como en el romance, la Reina se quedaba en casa pretextando jaqueca y a la niña tanto Beethoven le cargaba, así que se iba a sablear a los aduladores de la tierra de las flores y de las Hespérides.

El miedo engendra el derecho y las afrentas provocan furia. Antes los españoles estaban enfurecidos porque eran pequeños y follaban poco, ahora han crecido y follan más, pero vuelven a hablar alto desde dentro de una cloaca, después del give me two y del saqueo. Deberían recordar al Rey que en París oyó decir a su chambelán: «Majestad, medio París os aclama»; a lo que el monarca contestó: «Decís bien, medio París, si se tratara de guillotinarme hubiera acudido todo París».

El fiscal anticorrupción Pedro Horrach rechaza la imputación de la Infanta Cristina por falta de indicios. Desconoce el mandato del burlador de Sevilla: quien tal hace, que tal pague. El juez y el fiscal se dan tirones en las sotanas y ponen a la Monarquía al pie de los caballos cuando más necesitamos su signo semiótico no teñido de divinidad, sino de achaques.

Un magistrado fundamentalista e iluminado, con su supuesto amor a la ley, puede conducirnos a la confusión y al desorden, a echar al ruedo la monarquía parlamentaria, vértice del consenso. La decisión del fiscal puede encender la mala leche española que los ultramontanos achacaban al semen avinagrado y los cristianos viejos a las amas de cría judías o musulmanas.

El fiscal cree dar un escarmiento a la pulsión populista y a los tertulianos cuando lo que hace es exculpar al poder. Sostiene que no hay elementos para encausar a la Infanta, ignorando que el fiscal tiene facultad para acusar no para absolver. El Rey es intocable, pero el privilegio de la irresponsabilidad sólo alcanza al Monarca, no al Príncipe de Asturias ni a las Infantas.

No había dicotomía verdadera entre Monarquía y República como la hubo entre Monarquía Absoluta y Democracia y este tipo de desmanes provoca bandos y bandas. Cierto es que dentro de unas semanas se habrá olvidado la sinvergonzonería. A los españoles les gusta más despotricar en el café que participar en los motines, lo que Lope denominaba la cólera del español sentado; ahora repantigado ante la tele.