La mujer herida
SYLVIA PLATH
Edición de ‘Tres mujeres’, poesía sobre la maternidad
Sylvia Plath intentó suicidarse por primera vez a los 19 años. Agraciada muchacha de Boston, brillante en sus estudios superiores en una prestigiosa universidad y poeta desde la tierna edad de ocho años, parece ser que sufrió un gran disgusto al no poder entrar en contacto con su admirado Dylan Thomas. Ingirió grandes cantidades de pastillas para dormir de su madre y se escondió para no ser encontrada. Pero se halló su cuerpo a tiempo, fue hospitalizada y salvó su vida, iniciando terapias psiquiátricas que incluyeron terribles electroshocks y diagnósticos que apuntaban a una personalidad bipolar o maniaco depresiva.
Nacida en 1932, los rastros de su problema indicaron en su obra un conflicto con la personalidad autoritaria de su padre, un alemán, experto entomólogo que, sin embargo, había fallecido cuando Plath era una cría. Tal vez fuera la prematura muerte de su progenitor la causa originaria de su inestabilidad, hiriente sobre una piel fina, de ángel, o tal vez fuera, como luego pareció ser, la huella del carácter del padre sobre la madre superviviente, una mujer 20 años más joven que su difunto marido, del que había sido alumna. A la larga, la confrontación con la madre adquirió más relevancia, aunque la literatura de Plath está marcada por asumir el dolor del mundo, el dolor y el sinsentido de la condición humana y, especialmente, el dolor de ser mujer en un mundo de hombres, hombres que envidiaba y odiaba a partes iguales, hombres a los que, contrariamente, quería parecerse, seducir, sucumbir y exterminar.
De aquel primer intento de suicidio quedó un testimonio en forma de novela, la única terminada y publicada en vida de Sylvia Plath, si bien dejó inacabado el manuscrito de una segunda narración. En La campana de cristal (Edhasa), editada con pseudónimo y con críticas dispares poco antes de morir, Plath narra, emboscada en el nombre de Esther Greenwood, la historia de su suicidio frustrado y de sus secuelas, utilizando el tono autobiográfico que fue la característica de su poesía confesional. Larry Peerce adaptó a la pantalla esta novela en 1976.
La chica guapa, delicada, violenta y trastornada, de excelente currículo académico, interesada luego para su tesis en el tema del doble –sugerencia de curiosidad por lo esquizoide– en la literatura de Dostoievski, obtuvo una Beca Fullbright para ampliar estudios en la universidad británica de Cambridge, y allí, en una fiesta, tuvo un flechazo fulminante con el atractivo poeta inglés Ted Hughes, con quien se casó, en 1956, a los pocos meses de su apasionado encuentro. Él pronto destacaría –hasta ser uno de los grandes poetas en lengua inglesa del siglo XX–, mientras ella, que seguía escribiendo, le pasaba a máquina sus poemas. La pareja pasó su luna de miel, después de París y Madrid, en un Benidorm que le resultó a la poeta tan pobre como encantador, antes de los rascacielos y del boom turístico. En Benidorm, Plath hizo muchos dibujos, pues también dibujaba y pintaba con calidad.
El matrimonio pasó dos años en Boston, donde ella, mientras trabajaba como recepcionista en un psiquiátrico, tomó clases de escritura y fue estimulada por Robert Lowell y por Anne Sexton, gran poeta y bellísima mujer que, en 1974, también se acabaría suicidando. Después de viajes, estancias y otras vicisitudes, Sylvia Plath y Ted Hughes regresaron a Inglaterra. El año 1960 fue muy importante. Sylvia publicó El coloso, con críticas excelentes, su único poemario editado en vida, y nació su hija Frieda. Dos años después nacería su segundo y último hijo, Nicholas, que se suicidaría en 2009.
1962 fue un año decisivo, en el que Sylvia Plath forjó su gloria y cavó su tumba, y, con ambas, su mito, un mito que no cesa de emitir belleza, sensaciones fuertes y polémicas ahora que se cumple el 50 aniversario de su muerte. Las condiciones económicas de la pareja no eran holgadas. Sylvia continuaba teniendo depresiones y más o menos velados conatos de suicidio. El nacimiento de Nicholas, a principios de año, incrementó el agobio que la escritora sentía ante la responsabilidad de su maternidad y ante la falta de energía para afrontarla. Y, en setiembre de 1962, Sylvia descubrió que Ted Hughes le estaba engañando con Assia Wevill (que también se suicidaría más tarde). Se separaron, y ella se quedó con los niños en una casa poco confortable, sin teléfono y siempre deprimida.
A partir de aquí, pasaron dos cosas. Plath escribió frenéticamente, en buena medida los poemas que póstumamente se reunirían en Ariel (Hiperión), el libro que sin discusión la colocaría en la cumbre de la poesía del siglo XX, diagnóstico refrendado cuando su poesía completa fue galardonada en 1982 con el Premio Pulitzer, por primera vez otorgado a título póstumo.Ted Hughes, que legalmente era su marido en el momento de su muerte, se dedicó a editar después buena parte de su obra inédita, que también incluía libros para niños, cartas y diarios. Las cartas y los diarios, entre otras obras, están publicados en España y son un instrumento esencial para el conocimiento de la escritora, que ha sido pasto de infinidad de libros biográficos –varios editados por Circe– y de una película, Sylvia (2003), interpretada por Gwyneth Paltrow.
Pero Ted Hughes, que se casó otra vez y murió en 1998, reconocido como el gran poeta que fue, quedó marcado para siempre. Algunas críticas feministas radicales le hicieron responsable de la muerte de Plath, que habría sido una mujer devastada por un padre tiránico, un marido infiel y una maternidad insufrible. Se dijo que Hughes había maltratado a Sylvia y a su amante Assia, quien, por cierto, asesinó a la niña que había tenido con Ted. También se le linchó por haber destruido parte de los diarios de ella con la excusa de que no los leyeran sus hijos.
Sylvia Plath se suicidó a los 30 años, el 11 de febrero de 1963, metiendo la cabeza en el horno de gas de la cocina mientras esperaba a la enfermera que la asistía y tras haber preservado la integridad de sus dos hijos, que dormían. Tres mujeres (Nórdica), escrito para la radio y representado en teatro, es un estremecedor poema a tres voces en el escenario de una Maternidad, las voces de tres mujeres: una desea a su hijo, otra lo pierde y otra no lo quiere y lo cede en adopción.