Yo, cabrón

¿HASTA dónde van a llegar los regímenes totalitarios que gobiernan las democracias? Soy medio francés por parte de abuelo, varón por imperativo de la testosterona, intelectual, según dicen quienes adjudican a los escritores tan infamante etiqueta, y algo de cabrón tendré, en el buen sentido de la palabra, tras haber superado la dura prueba de siete vidas conyugales. Dispongo, pues, de cuádruple motivo para unir mi nombre al de los trescientos cuarenta intelectuales franceses que han firmado el Manifiesto de los Cabrones en defensa del derecho de las putas a ejercer su profesión y el de los clientes a contratar sus servicios. Parece ser que los diputados del país vecino, otra cuna de la libertad, se disponen a hacer algo que ya han hecho aquí los catalanes: aprobar una ley que multe a quienes en esta sociedad de libre mercado (es un decir) incurran en el nefando delito de irse de putas. Es pasmoso. Mientras el 78% de los franceses –¡oh, le bon sens (en catalán seny)!– dicen estar en contra de ese dislate, la práctica totalidad de los gazmoños puritanos que en teoría los representan apoyan la medida. La izquierda, la derecha y el centro, a priori, así lo hacen, pasándose por el antiquísimo y nobilísimo arco del triunfo de la nobilísima y antiquísima parte del cuerpo masculino y femenino que pretenden blindar la casi unánime opinión de quienes han votado por ellos. Dejen, por favor, sus Señorías, doquiera estén, de meterse entre nuestros muslos. Ya basta, ¿no? Respeten el «derecho a decidir» –¿les suena?– de las putas y de los puteros. Yo, que conste, no lo soy. ¿A mi edad? Legalicen, Señorías, de una puta vez (nunca mejor dicho) la prostitución, saquen a las meretrices del centro de las ciudades y reabran las casas de tolerancia –fue Franco quien aquí las prohibió– para dignificar a esas mujeres, protegerlas, meter en cintura a los rufianes, acabar con las redes mafiosas, reducir las enfermedades venéreas y, de paso, sanear las arcas del fisco. No nos toquen las pelotas, Señorías, que por algo y para algo las tenemos. ¿Adónde, empecé diciendo, quieren llegar? Multados los clientes de las putas, perseguidas éstas, censurados YouTube, Amazon y la Red, el siguiente paso de tuerca será, supongo, el de declarar obligatorio el cinturón de castidad. ¿Doy ideas? Alguien, en Francia, ha dicho que abolir la prostitución es como abolir la lluvia. Permita, señor Hollande, que bailemos y follemos bajo ella.