Amor infinito mientras dure

VIERNES

Vinícius se retrata con su estatua

Vinícius de Moraes (Río de Janeiro, 1913-1980) estaría hoy todavía en plena resaca por la celebración de sus 100 años. Tendría esa sed para la que no hay suficiente agua fresca en todo el mundo y el desconcierto pecaminoso que deja el whisky, que era, según el poeta, el mejor amigo del hombre: «Un perro embotellado». El poeta querría que alguien le leyera de una vez aquellos versos que escribió en unas fiestas de Navidad cuando no estaba seguro de que sería Vinícius de Moraes: «Para eso fuimos hechos/ Para recordar y ser recordados».

Era un tiempo en el que tenía el temor de quedarse «solo como los veleros en un puerto silencioso», pero la verdad es que en estos días de octubre –el cumpleaños fue el 19– el poeta de Garota de Ipanema, el bohemio, el artista que hizo universal la bossa nova desde la mesa de un bar de Brasil, ha regresado, otra vez con su guitarra y rodeado de humo, a recordarnos que él inventó otra manera de apreciar la música y de recibir la poesía.

Ha sido una fiesta selectiva pero abierta en el mapa y con su centro en el país natal de Moraes. Entre los invitados se ha privilegiado la evocación de su vida y los safaris amorosos, los nueve matrimonios, las decenas o centenares de aventuras tramitadas en las barras pulidas y su faceta de compositor y letrista. Se queda en la oscuridad su obra literaria, la arquitectura de sus sonetos, el apasionante cambio de una poesía espiritual y cristiana hacia una visión del mundo un poco bárbara, más compleja y liberada.

Demasiado olvido para unos versos que están hechos para permanecer, al menos, otro siglo, por encima de las anécdotas y de la crónica de la fulgurante vida sentimental del escritor que publicó en 1933 su primer libro de poemas y dijo una vez que nunca hablaba de él como músico, sino como poeta. «No separo la poesía que está en los libros de la que está en las canciones».

El caso es que cada uno lo recuerda como quiera. También puede ser más alegre y atractivo hablar de su vida y de la música, repasar sus comentarios finales sobre la vejez, retratarse junto a una estatua y desafinar en un coro donde se recuerden sus canciones.

Con estos versos suyos, el final del Soneto de la fidelidad, lo acompañamos en la confusión de su probable resaca por la fiesta universal de sus 100 años: «Y así, cuando más tarde me procure/ Quizás la muerte, angustia del que vive/ Quizás la soledad, fin de quien ama/ Pueda decirle del amor (que tuve)/ Que no sea inmortal, puesto que es llama/ Mas que sea infinito mientras dure».

SÁBADO

Alice Munro, esperanza para todos

Desde Santurce, Puerto Rico, me escribe un amigo cuentista y profesor para decirme que, hasta el momento, lo más que lo une a Alice Munro (Ontario, 1931) premio Nobel 2013, es que él también publica ahora en un boletín literario en el que el editor conoce los nombres y la dirección postal de todos los lectores tal y como le pasaba a ella, en los años 60, con la Tamarack Review.

Lo acerca también a la gran escritora canadiense la pasión por los textos breves y sugerentes levantados del milagro del paso de cada día. Y su fracaso como profesor de literatura creativa porque, como le sucedió a la autora de La vida de las mujeres cuando enseñaba en York, sólo una alumna que no estaba matriculada llegó a publicar libros y a ser una escritora conocida. En su caso, dice mi corresponsal, una muchacha que se inscribió en su clase consiguió meter una historia de amor en una antología.

Cree, como la señora Munro, que el realismo mágico es inimitable y vuelve a coincidir con ella en que tampoco le enseña a nadie los originales de las piezas que escribe sobre su vidita de solterón sin esperanzas.

Como verás, hay varios puntos de contacto con la ganadora del Nobel, asegura Roberto Rivas, que tiene 58 años. A lo mejor, un día de estos me llaman desde Estocolmo y me dan la sorpresa.

LUNES

Adivino en Bolivia

La poesía boliviana actual, una obstinada ilusión que se puede tocar y sentir, ha entrado al siglo XXI como un coro que nadie dirige. Unas voces variadas, originales, con valores propios, dotadas de una identidad que le otorga su manera de ver y cantar la vida. Es desafinado porque cada uno sigue su partitura privada. La armonía está en el resultado para la literatura del país.

Gabriel Chávez Casazola (1972) es uno de los poetas que canta allí por cuenta propia, promueve la poesía en columnas en medios bolivianos y de otras naciones de la región y escribe ensayos históricos. Su nombre saltó hace rato las fronteras de Santa Cruz, la ciudad donde vive.

Su nueva colección de poemas, La mañana se llenará de jardineros, el cuarto libro de una obra coherente y constante, se publicó ahora en Ecuador y se presentó en México.

Estos versos son del poema Bola de cristal: «Él puede leer los ojos de los niños, sabe/ qué será del mejor alumno de la clase/ y del niño becado y de esa alta morena./ Paladea un Jack Daniel’s lentamente/ en la esquina del bar./ Sus ojos están fijos en el fondo del vaso./ Ya no quiero mirar ya no quiero mirar».