Ley y justicia

La peor corrupción de la política en torno a la sentencia Parot. Los que celebraron Estrasburgo, su frialdad y su objetividad europeas, en 2009, por su apoyo a la ley de partidos del Gobierno Aznar que permitió la disolución de Batasuna: hoy exigen que se ignore el fallo del tribunal. Los que siempre subrayan la máxima inmoralidad del nacionalismo, ese desacatamiento sustentado en la sumisión de legalidad a su legitimidad: hoy exigen que la ley no se aplique contra su justicia. Los que ¡anteayer! criticaban la circunstancia sociológica y maquiavélica incrustada en el fallo judicial del caso Faisán: hoy exigen que esa circunstancia, sintetizada en el dolor causado por el terrorismo, impida aplicar el fallo de Estrasburgo.

Ayer no fue un buen día para la democracia española. No es una buena noticia que un tribunal europeo tumbe una legislación local. No es fácil aplicar el aforismo Dura lex sed lex a la redención: en efecto, la ley es dura también cuando muestra sus límites y sus equilibrios: no solo cuando se aplica a los asesinos, sino también, desdichadamente, cuando se aplica a las víctimas. Pero el día lo acabó haciendo mucho peor esa corrupción argumental instalada con toda comodidad en el ambiente español desde hace mucho tiempo; intolerable en cualquier segmento de la opinión, pero perseguible de oficio en los políticos: uno teme con fundamento que a la doblez argumental le corresponda la doblez ejecutiva de sus acciones.

La Constitución (art. 25.2) abona la reinserción de los condenados. Y el Código Penal da coherencia a un sistema que no prevé la prisión perpetua; distinto, por ejemplo, del americano que castiga, tira la llave y se olvida del hombre. La decisión del legislador español es política y moralmente discutible. Lo indiscutible, por el contrario, es la inmoralidad de querer cambiar esos principios por la puerta de atrás, sin asumir las consecuencias políticas correspondientes. Este es el sentido de la decisión de Estrasburgo, cargada de derecho y de razón, por utilizar el título de la célebre obra de Luigi Ferrajoli, no solo una obra clave del garantismo, sino también una denuncia de la misma i-rresponsabilidad política que dio origen a Parot. Una alegría final y solitaria: siempre temí que en el manoseado sintagma el peso de la palabra doctrina convirtiera a un asesino en filósofo. Quede así restablecida cuál fue la única y criminal de sus doctrinas.