Misioneros

De niño, cuando llegaba el Día del Domund, mi ilusión era que me asignaran una hucha con la forma de la cabeza de un negrito. Pensaba que en un lugar de África el dinero que llenaría la hucha serviría para que los misioneros dieran de comer a muchos niños hambrientos.

Mañana saldrán a la calle otros niños con otras huchas, pero con el mismo objetivo: ayudar a nuestros misioneros para que atiendan a los que menos tienen. Su trabajo consiste en algo tan difícil como dedicar su vida a los demás sin perder nunca su sonrisa como seña de identidad de su alma llena de compromiso, de felicidad y de paz interior.

Están en los lugares mas inhóspitos en las circunstancias mas difíciles. En escenarios tan olvidados, tan duros y tan castigados que cuando todos se van ellos se quedan. Cuando se apagan los focos de la atención internacional en zonas de máximo riesgo, ellos siguen trabajando sin otro objetivo que dedicar su vida a los demás.

Conozco a muchos misioneros. Les he visto acariciar a moribundos desconocidos como si fueran de su propia familia; hacen de la necesidad virtud porque no entienden un «no se puede», porque ellos pueden con todo. Viven cerca de Dios estando pegados a los hombres. No viven nuestras miserias porque no entienden de miserias que sean materiales. No viven sus propias penas porque han elegido las de los que sufren sin amparo.

Y rezan. Sí, rezan en tiempos en los que rezar está mal visto, porque nos preocupamos del dinero pero no de los corazones. Ellos son corazón, pasión y vida. Son las esperanza en la desesperanza del ser humano. Su vida, reflejada en cada sonrisa, en cada caricia, en cada palabra, la regalan a diario lejos de sus familias a las que nunca olvidan.

Nosotros, altivos, soberbios y distantes pobladores de los países ricos, pese a la crisis, mañana entregaremos en las huchas unas monedas sin saber su valor. En nuestra casa, cada día late el corazón de Sor Dorita, una Hija de la Caridad en Tierra Santa, que cuando quiere explicar lo inexplicable, dice, simplemente: «Será que lo quiere la Divina Providencia».