La historia de nuestra gente

EL ESCRITOR italiano Edoardo Nesi despertó súbitamente algunas conciencias hace un año con un libro titulado Historia de mi gente. La gente de Nesi es la de Prato, en la Toscana, y fue destruida por la globalización y la economía financiera. El libro es una tristísima, indignada y hasta furiosa elegía de un capitalismo «civilizado y casi moral» que creaba riqueza y la distribuía a escala humana, no logarítmica. Tejidos de lana. Nesi e hijos, la empresa de la familia que él tuvo que vender para no cerrarla, fabricaba prendas de ropa con el mejor tejido: Loden de 550 gramos. Era una empresa con orgullo porque sus abrigos duraban toda la vida. Nesi llora sobre Prato, convertido ahora en un inmenso taller chino.

La nevera de Fagor que teníamos en el pueblo era como los abrigos de Nesi e hijos. Duró 30 años en casa, soportando que se fundieran cada dos por tres los plomos de 125 cuando no existían los cuadros de la luz. Fagor era una marca con orgullo de la que te podías fiar. Como los Donuts de Panrico, el sueño dorado del Scalextric o los langostinos congelados Pescanova, que permitieron a la gente humilde cenar marisco en Nochebuena. Eran empresas que formaban parte de la familia. Como el Auto Res que nos conectaba con Madrid. Fagor y Pescanova han perecido. Panrico y Auto Res –que ahora se llama Avanza, no hay color– pertenecen a fondos buitres. Han plastificado los Donuts y el soberbio orgullo del autobús de línea se ha quedado en el esqueleto.

Nosotros también tenemos la obligación moral de recordar a nuestra gente, los trabajadores de Panrico, Fagor, Pescanova y Auto Res. Empresas que nos ayudaron a vivir mejor en un sistema económico más simple y más pobre, pero que miraba a las personas, no al Nikkei, ni a las startups. Asistimos a un proceso de dolorosa destrucción. Por eso, como el escritor que vendió Nesi e hijos, no podemos dejar de «sentir casi a diario una especie de tristeza vacía que nos invade y acaba por desembocar en angustia, y carece de nombre».

Carece de nombre, hasta que escuchamos a Emilio Botín decir que está lloviendo dinero sobre España. Entonces ese sentir triste y angustiado se traduce en otras palabras. Desvergüenza es una de ellas, pero hay muchas más.