Pendenciero, provocador... y ministro
LA OTRA tarde, después de escuchar al ministro de Hacienda decir que los sueldos no han bajado, un vecino me preguntó: «Oye, tú que les conoces, ¿de qué va este Montoro?». Así de golpe no supe explicarle cómo es posible que el ministro de Hacienda se ría de los españoles en nuestra propia cara. La gente tiende a pensar que ser ministro es algo muy serio y que a ministro no puede llegar cualquiera. La gente incluso cree que un ministro debe ser persona educada, que sepa comportarse en público y que ayude a las ancianas a cruzar la calle. No que las empuje para que las atropelle un coche. Por eso a todos nos deja de piedra un ministro de Hacienda insolente, pendenciero, bravucón, provocador, fanfarrón y grosero.
La primera mitad de su vida Cristóbal Montoro fue un solvente profesor de Economía. Pero «en cada uno de nosotros hay otro al que no conocemos», decía Carl Jung. Y un buen día, el ministro conoció al otro que llevaba dentro. Luces, cámara, acción. Los focos alumbraron a un político que cayó fascinado ante la fama y la gloria mediáticas. Qué interesante era el nuevo mundo. Todo un placer que hablen de ti, aunque sea mal. Si además hablan bien, la política entra dentro de las zonas erógenas.
Aún así, el desparpajo del ministro de Hacienda es para dejar de piedra a cualquiera. Porque va acompañado de un descaro sin complejos. Su comportamiento avergüenza a sus compañeros de gabinete, escandaliza a los dirigentes regionales del PP y perjudica gravemente la reputación de su partido ante los ciudadanos. Pero a él le da lo mismo. Es capaz de decir –con su mejor sonrisa y sus característicos sonidos guturales– que los sueldos no han bajado el mismo día en el que Cáritas da a conocer que tres millones de españoles viven con 307 euros al mes.
Esta falta de sensibilidad, empatía y consideración hacia el dolor y las dificultades de las personas le puede costar muy cara al PP. Por eso la pregunta que hay que hacerse no es de qué va Montoro, sino de qué va un presidente que permite a su ministro de Hacienda burlarse de los diputados, de los cineastas, de los que le llevan la contraria y de todos nosotros. En la normalidad de Rajoy parece que cabe todo.