La tregua

El mundo podría existir sin periódicos y también sin personas, quizás no podría hacerlo sin árboles. Por esa razón, hace unos meses Rafael Correa, presidente de Ecuador, hizo una propuesta satírica: un referéndum para que el pueblo decidiera si había que suprimir los diarios de papel evitando la tala de árboles. Con esa consulta quería demostrar la doble moral de la prensa, que cada día devora la selva de la Amazonía y está en contra de la explotación del petróleo de esa espesura virgen, el pulmón del planeta donde juegan al rugby los monos y las anacondas.

Tal vez lo que le ocurre al señor Correa es que no le gustan los periódicos, una repulsión profesional de los políticos. Aquí tuvimos uno que duró una glaciación y que llamaba a los periodistas carroñeros e hijos de puta. No todos los hombres de Estado detestan a los periodistas. Algunos leen los deportivos, lo que les desagrada es que las informaciones o columnas alteren la intención que tenían los ciudadanos de votarles.

Según las últimas encuestas, El PP ganaría hoy al PSOE en unas elecciones. El partido que gobierna perdió pie con el escándalo Bárcenas, pero apenas transcurrió un mes sin el suplicio de los recibos del cuarto oscuro, ha recuperado parte del voto que voló con los papeles.

Yo no tengo vocación de Savonarola, ni deseo convertir la columna en una hoguera de la vanidad contra la corrupción de los que mandan, pero me extraña ese silencio en torno a lo que fue un estruendo que enganchó de tal manera a los lectores.

Me he preguntado a mí mismo qué pasa y luego he investigado por ahí si había algún pacto o armisticio entre las fuerzas infernales. Rosalía Iglesias, una indomable al estilo de Maureen O´Hara, la que arrastraba Wayne cuando se emborrachaba (Lola Flores transportaba a Manolo Caracol en una carretilla), Rosalía, decía, me ha jurado que no escucha a mensajero, pacificador o consejero mediático que le muestre el camino último y secreto para el acuerdo. Luego he preguntado a uno de los que saben de qué va esto. «No estamos –ha contestado– ni en una tregua ni en un armisticio al estilo de la del vagón de tren de Compiègne».

Este tipo de informaciones son de difícil averiguación y contraste, pero me temo que continuará la canción de Soto. No sé si saldrán antes a la luz el disco duro o las grabaciones, de lo que estoy seguro es de que la guerra continúa. Luis Bárcenas está dispuesto a colaborar abiertamente con la Justicia, y quizás por eso mismo antes de ser conducido a la cárcel guardó algunas pruebas pensando como aquel poeta: en caso de naufragio mi manuscrito ya está salvado.