Papel que hago, papel que cobro

Isabel García Marcos, rubia chupada como una estaca que veraneaba en A Lanzada y por la que suspiraban los señores porque se las daba de esquiva y profunda sin haber leído a Gide, que decía que lo más profundo del hombre es su superficie, es la autora de la frase «papel que hago, papel que cobro», que siempre traduje inconscientemente como «papelito que hago, papelito que cobro» porque se ajustaba mejor; a veces los periodistas tenemos que ayudar a nuestros personajes a encontrar el lenguaje correcto, aunque sea a la fuerza. La detuvieron tras una luna de miel en Rusia, país al que tradicionalmente se va a enviudar. Fue vista ayer: tras 30 años de televisión con el rostro tan frecuentado por el escándalo, una expresión de paz sobresalta a los más tranquilos. La justicia echó la llave al Malaya con la mitad fuera de la cárcel y la otra mitad haciendo cola para salir. De aquello siete años ya; éramos jóvenes e impresionables. Si nos preguntasen entonces por el rostro de la crisis hubiésemos elegido a Roca y no a un pobre; si la pregunta se dirigiese a las consecuencias políticas, no hubiésemos pasado de la herencia de las mamachicho. Ahora la sentencia con Roca, Yagüe, Muñoz y Corulla deja la sensación de un encuentro de viejas glorias reunidas en una comida de homenaje, que es en lo que acabó el juicio. Hasta andaba por allí Tomás Reñones. En realidad, tirando de los hilos correctos y pelando algunos cables, hay una intrahistoria que circula desde el felipismo hasta Bárcenas que no sólo comparte nube de tags delictivos sino que secuencia comportamientos; todos ellos tienen el denominador común de la impunidad y aportan una frivolidad impactante: Roca se hizo definitivamente famoso por colgar un Miró en el baño, que ya hay que tener mal la flora; ni siquiera Cultura se personó en la causa. Si el castigo ejemplifica, pocos hombres enseñan en España que corromperse sale caro; la mayoría libres y otros a puntos de estarlo. Ninguno en la pobreza, casi todos disfrutando de la vieja fortuna de entonces. El «papel que hago, papel que cobro» no es un síntoma sino un diagnóstico, como el champán que pidió ayer un absuelto en medio de la sala. Más que su inocencia celebraba la perpetuación de la especie.