El lobo

De México a Siberia, se oye el sollozo del hierro y se confirma que los penales se construyen con los ladrillos de la ley. La Sexta ha entrado en los 30 presidios más sádicos del mundo, donde pagan alquiler por los jergones y los directores hacen el papel de domadores de fieras. En Rusia han modernizado los sanatorios psiquiátricos, en Bolivia las prisiones no tienen cerrojos y son los asesinos los que organizan la comuna. Casi todos los placados españoles, con los que han hablado los reporteros, son mandangueros y piden de rodillas que los traigan al tubo de aquí. No todo es tenebroso en la crisis española: los gays quieren ser embajadores y emperatrices de Lavapiés, los presos quieren volver a casa.

Me cuenta un abogado que en los años 70 corría entre los grullos el siguiente dicho: «Al preso, poco pan y muchas hostias». En la democracia les dan langostinos el día de la Merced, vis a vis, condones, papel higiénico, derecho a llamadas de teléfono, campo de deporte y biblioteca. «Los reclusos se quejan de la bajada de la calidad del menú. Los que pueden van al economato. Hay intentos de privatizar las prisiones».

La cárcel sigue siendo el séptimo círculo del infierno con psicópatas, apátridas de patera con narcos de planeadora, asesinos de piercings y tatuajes, gente de bronce a la que no se le ve nunca la navaja rodeando a los etarras. Y entre la paz de los ahorcados y la sobredosis de Pulp fiction camina el señor Lobo. (Recordarán: «Soy el señor Lobo, soluciono problemas» o «No empecemos a comernos la polla todavía»). El señor Lobo se llama Bárcenas, solucionó problemas y campañas, atizó candela, limpió huellas, recibió donaciones y ahora sigue encerrado sin ninguna esperanza.

Me convence el abogado de que utilizar la cárcel como coacción es la última forma de tortura, un poco más humana y sofisticada que aquella con la que se amenazaba a los detenidos con jeringuillas de sida, con meterles palillos en las uñas o con hacerles lonchas los testículos con la máquina de cortar el jamón. «La cárcel sin juicio es una celada para que se rompa el preso y cante lo que no quiere cantar». Hay 100 causas contra políticos y no está presa más que la princesa Munar, ya con sentencia firme.

No es que Soto del Real sea la Bastilla de hoy, una fortaleza del Estado para encerrar a sus enemigos. El Lobo no es un preso político, pero ya está siendo tratado como si lo fuera. Le ley es clara: sólo a través de un juicio se puede demostrar la culpabilidad de una persona. La única lección constructiva del cuento del Lobo es que un millonario está siendo tratado como un ratero.