Estambul, cerca y lejos

A pesar de lo que fue (y ha dejado) Bruce Chatwin, por ejemplo, muchas gentes creen aún que un libro de viajes y una guía turística vienen a ser lo mismo. El libro que acaba de publicar el periodista sevillano Javier González-Cotta, Estambul. Paseos, miradas, resuellos (Sotavento) es el libro de un viajero que, fascinado por la leyenda de Estambul, desde la historia hasta los baños turcos (hammams) o el Gran Bazar, se ha pateado bien la ciudad, encontrándose de todo. Con este libro –ilustrado con muchas fotos– uno viaja ya a Estambul o desea hacerlo...

Cuando la reciente concesión de las Olimpiadas a Tokio, se habló de Estambul y de su modernidad. Claro que hay una Estambul moderna, pero es reciente y todavía muy poco desarrollada. Además, todavía no existe el viajero que busque la modernidad de Estambul, tan idéntica en todas partes.

El viajero puede buscar (como yo lo hice una vez) la antigua Constantinopla, el mundo de Bizancio. Si busca eso quedará bastante desilusionado, pues salvo fragmentos de las ruinosas murallas, Santa Sofía (a la que le agregaron minaretes y con pocos mosaicos rescatados, hoy no es ni iglesia ni mezquita, sino museo), el acueducto de Valente o la torre Gálata, poco más verá.

El mundo bizantino es ya arqueología y sueño. Aparte de su privilegiada situación a los dos lados del Bósforo y del Cuerno de Oro, y aunque buena parte de la ciudad esté en el extremo de Europa, Estambul es y huele a Oriente Medio. Porque es el pasado otomano el que el viajero no dejará de ver, desde el museo Topkapi –el antiguo palacio del sultán– hasta la hermosa vista de Santa Sofía y la Mezquita Azul, enfrentadas como moles gemelas al fondo. Los viejos baños (en uso) solazan y llevan a esa cultura del hamman que incluso pide una cierta sensualidad lejos del actual estilo del mal llamado «islamismo moderado», el de Erdogan, no el del fundador de la Turquía moderna, Kemal Attatürk. Claro que como buena ciudad medioriental (a veces recuerda algo a El Cairo) Estambul está lleno de cafés con narguiles –incluso junto a la hoy nombrada plaza Taksin– y de muchos lugares pobres, miles de puestos callejeros y casas viejas, algunas de madera. La antigua estación de ferrocarril (fin de siècle orientalizante) y el bien cuidado hotel Pera Palace –donde Agatha Christie escribió algunas de sus novelas– hablan de un Estambul internacional y cosmopolita –allí concluía el célebre Orient Express– que tampoco existe ya, como no están los serrallos descritos por Pierre Loti.

Está la gran iglesia ortodoxa griega de la antigua calle central Istiklâl –viejo tranvía por medio– donde pudo rezar el joven Cavafis. Pero ya casi no hay griegos en Estambul, ni siquiera aquella aristocracia fanariota, cara a los sultanes. Estambul no es Europa y a medida que triunfe el islamismo (que se nota) cada vez lo será menos. Estambul es una vieja ciudad musulmana que sueña con ser moderna (acaso contra sí misma) aún llena de lagunas. Y una ciudad plena de mitos abolidos o casi abolidos. No es aún Alejandría, pero podría llegar a serlo.