El reloj parado

ME DICEN en casa que se ha parado el reloj del Café Gijón –un siglo dando horas–. Es fastuosa la tendencia a detenerse que ha cuajado en este país. Han desistido hasta los relojes de pared de los cafés. En el Gijón el tiempo siempre ha importado muy poco, pero había un reloj por precaución, por si a alguien se la hacía demasiado pronto. Esta quietud del reloj no es una anomalía, sino el lógico resultado de una fatiga que hoy llega a todas partes. He visto ecografías de niños que traen cara de ancianos antes de nacer. España es un país espectral donde se ha detenido la política, la Justicia, la economía, la Sanidad, la Educación, el periodismo, los carrillones. Pero a la vez es un terruño fascinante porque aún resulta difícil prever el resultado final de este martillazo constante en la esforzada resistencia de las vidas normales.

De todas las parálisis, una de las más alarmantes es la del periodismo. No sólo por el desconcierto de la mucha tripulación que vamos dentro. Ni por el descrédito del oficio fuera de las redacciones. Sino por algo más letal: porque la prensa contribuye a mantener viva una democracia. Eso es así. Dos generaciones enteras de periodistas se han abrasado en los últimos años investigando, probando y denunciando para que todo quede como siempre, en una fatua oscuridad. Algunos periódicos (uno o dos, como mucho. Y uno es éste) llevan largos meses denunciando las siniestras alianzas de un puñado de robagallinas y degenerados que, desde el Gobierno, la judicatura, las finanzas y los distintos peldaños de la oposición, han convertido la península en un casino turbio. Conocemos los nombres. Y de muchos de ellos, sus escasas prestaciones mentales. Pero se saben blindados. Para cuando no haya remedio, se habrán marchado ya. Y es que hasta como ficción democrática tenemos también el reloj detenido.

Es acojonante lo de vivir en un lugar donde cada vez menos ciudadanos tienen ya sitio. Donde cada despertar es sometido a un concurso de acreedores. Para llegar hasta aquí hay que romper demasiada porcelana como para no ir al trullo. Y parece, además, que ahora la revolución no es saber conjugar las aspiraciones con el fracaso, sino saber invocar el falso prestigio de la derrota. En este escenario de discriminación hemos llegado a eso que decía el poeta Joaquín Pasos: «Todos los ruidos del mundo crean un gran silencio». Como el del reloj parado del Gijón, que encarna el pulso de esta caída. Aunque Pepe Bárcenas (maître del café) sostiene que de ésta salimos, que el bicho tiene cura.