Año I antes, con y después de Aguirre
ESPAÑA ESTÁ envuelta estos días en los fastos de celebración del primer aniversario de la retirada de Esperanza Aguirre de la política, un acontecimiento histórico similar a 1492 pero con más Pinzones. También se celebra, aprovechando este aniversario, la conmemoración anual de los rumores de la vuelta de Esperanza Aguirre a la política. Por extensión se celebra un año de la presentación en sociedad de Esperanza Aguirre fuera de la política, que ha tenido más titulares que cuando estaba dentro, como era de prever.
Todo esto lo ha festejado Esperanza Aguirre con una intensa agenda en la que ha insistido en su habitual mensaje nítido y claro, sin dobleces, que es lo que más valoran sus fieles: no confirma ni desmiente. Ni siquiera el desayuno, tanto es el desasosiego que causa Aguirre en el PP y en la izquierda, similar al que me advirtió Gistau nada más llegar a EL MUNDO: «Pedro J. está siempre por la Redacción: el primer efecto que causa en el recién llegado es el de una aleta de tiburón».
Esperanza Aguirre lleva un año en los periódicos sin confirmar ni desmentir que lo está, lo cual es un problema porque a veces hay que pasar la página seis veces. Dice llevar una empresa de cazatalentos en la que, sin duda, el mayor talento que está cazando diariamente es ella misma, lo cual aún le sigue asombrando. Su retirada hace un año tuvo consecuencias sísmicas, algo que dejó de llamar la atención a los seis meses, cuando se comprobó que el suelo no había dejado de temblar porque ella aún seguía despidiéndose; parecía una de esas invitadas que son las primeras en irse y al final, con tanto pararse de camino a la puerta, se quedan solas y empiezan a gobernar la casa. En realidad Esperanza Aguirre salió de la política para rodearla.
El día de su despedida, con lágrimas fatales en sus ojos, dijo que no había vuelta atrás. Todos interpretamos que no daría la vuelta y efectivamente no lo hizo, porque no llegó a girarse. Citó hasta el Rubicón, un río pequeño que ningún general romano podía cruzar con su ejército para proteger Génova, 13. «No lo cruzaré», dijo Aguirre dándole sentido armado a su regreso. Mientras en el PP se afanan por saber en qué orilla está para adivinar a qué lado va si lo cruza, entre las aguas del río sigue paseándose la aleta que estos días ha aparecido para recordar que estamos de cumpleaños, pero no sabemos de qué.