La inteligencia

Lo más desesperante del independentismo es el inmenso lugar común que como un charco se ha instalado en el centro del debate. Lo terrible del independentismo no es la independencia, una idea perfectamente legítima y válida, sino el -ismo con que los hombres demuestran su falta de vigor y se funden en el cliché hasta convertirse en turba, en carne amontonada, en masa. Las ideas se desvanecen, se extingue el debate intelectual y sólo hay consignas y propaganda.

Personas cuya inteligencia respeto y admiro se vuelven obvias hasta la vulgaridad cuando se ocupan de este asunto. El tópico les posee y se crecen dándose la razón los unos a los otros como quien intercambia octavillas. Un muy querido amigo, columnista brillante, me dijo el otro día que la cadena humana había sido «cívica y democrática» como si tomar la calle tuviera algo que ver con el civismo y, sobre todo, con la democracia.

Como hinchas de bufanda y estadio reproducen sus cánticos y su inteligencia es como si se hubiera fugado. Luego, cuando reflexionan sobre cualquier otro tema, regresan al matiz y a la cordura, a la brillantez, a la audacia, al talento que me llevó a quererles.

Nunca escribo un artículo sin estar seguro de poder escribir otro defendiendo con competencia los argumentos contrarios, porque el fanatismo, además de estéril, suele llevarme a escribir mal. Y a estas alturas de mi vida descubrir que no tenía razón puedo soportarlo, y enmendarme; pero un artículo mal escrito es absolutamente imperdonable. La horterada es una forma de maldad. Primero es la estética y sin estética somos barbarie.

El debate sobre la independencia no existe en Cataluña. De un lado, los medios públicos proyectan sistemáticamente una sola idea de país formulado a través de un pensamiento único, y de unas personas también únicas que salen en todas partes, repetidas como cromos tengui. Del otro, los medios privados están casi todos subvencionados por la Generalitat, que quita y da en función de la obediencia demostrada. El consejero de la Presidencia, Quico Homs, tan bruto y rural, con lo acostumbrado que está a tratar con ovejas y cabras, controla perfectamente el negociado.

Si además los que podrían permitirse el lujo de pensar y de razonar más allá del dogma actúan como parte del rebaño, hay que abandonar cualquier esperanza de raciocinio positivo y ordenado.

Evidentemente, todo ello juega en contra del llamado «proceso soberanista». La falta de inteligencia con que los partidarios de la independencia abordan su tema es tal que todavía ni se han dado cuenta de que no hay realmente ningún proceso en marcha. Su seguridad en la victoria final les impide contemplar la menor posibilidad de derrota, lo que sin ningún tipo de duda la hace más probable.

Si reflexionaran sobre Cataluña con la misma precisión con que dirigen sus empresas o escriben sus artículos sobre otros temas; si aplicaran la misma templanza y la misma prudencia a su discurso soberanista que la que luego usan para discurrir sobre el amor, la amistad, la alegría de vivir o la nostalgia de morirse, ya haría tiempo que mi país sería independiente, porque con inteligencia siempre se gana y sin inteligencia siempre se pierde.

No es que España nos robe. Es que sois muy tontos, chatos.