Un grave error

El ministro Margallo se equivocó ayer de plano. No era el día, en absoluto, para que el titular de Asuntos Exteriores nos hiciera partícipes de sus particulares reflexiones sobre lo sucedido en Cataluña el miércoles pasado. Era exactamente el día para haberse callado y haber dejado que la línea política del Gobierno fuera defendida por la vicepresidenta, que para eso está al lado del presidente y conoce bien las interoridades de su estrategia y las interioridades del encuentro del mes de agosto entre Rajoy y Mas.

Es del todo inoportuno que, a una demostración masiva a favor de la independencia de Cataluña, es decir, de la destrucción de España, se responda desde el Gobierno hablando de la oportunidad de «reformar competencias y financiación». Nada mejor podrían haber oído los independentistas catalanes, y no porque eso vaya a colmar sus aspiraciones, sino por la impresión recibida de que, unos cuantos empujones más, y este Gobierno se acabará plegando al referéndum que reclaman. Cosa impensable, pero no para ellos.

Flaco favor hace Margallo con esta intervención suya a la estrategia del presidente, que tiene la necesidad de evitar como sea que el independentismo de Oriol Junqueras, que fue el auténtico vencedor de la jornada del 11 de septiembre, siga escalando posiciones electorales y llegue a ocupar la Generalitat, cosa probable con los datos de hoy.

Artur Mas no ha ido a La Moncloa a poner a Rajoy un desafío sobre la mesa, sencillamente porque no puede. Es mucho más probable que haya ido a pedirle ayuda para salir del fantástico atolladero en el que está metido: paralizado en la gobernación de Cataluña, sin presupuesto para este año, habiendo perdido 12 diputados en las últimas elecciones y con la perspectiva de acabar engullido por su socio, que es al mismo tiempo su opositor, en las elecciones siguientes. No puede ser más desoladora su situación.

Y ahora, con un Junqueras reforzado por la cadena humana de la Diada, el panorama de Mas ya es aterrador y necesita algún tipo de salida antes de que todo esté definitivamente perdido para su partido. Desde luego todo esto es por su culpa, por su insensata estrategia. Pero, al final, habrá que esforzarse en enderezar las cosas y en tratar de reducir, como primera medida, el protagonismo que los independentistas tienen en este momento en Cataluña.

Hace ya demasiado tiempo que se necesita un discurso vigoroso por parte del Gobierno en defensa la verdad histórica, de la unidad de una España donde la libertad política es la base de nuestro sistema, y en el que Cataluña dispone de unos niveles de autonomía como jamás tuvo en toda su Historia. Se necesita un discurso donde se sustenten con determinación los auténticos datos económicos del momento. Es decir, se necesita desde el Gobierno un discurso valiente y vigoroso que oponer a los embustes, que han podido hacerse fuertes en una parte de la sociedad catalana porque no ha habido nada enfrente que se les haya opuesto con la fuerza de la verdad.

Pero lo que no se necesita de ninguna manera es que, desde el mismo Gobierno al que acude Mas en busca de árnica, un ministro ofrezca al día siguiente de la manifestación independentista entrar a revisar la organización territorial de España. Eso desde luego no.