Unas botas de esquí

Luis Bárcenas es un espía frustrado, me dice una de las protagonistas de esta fábula. Pero también es un avezado montañista que ha visto desde el Himalaya los lagos como bandejas. Sabe moverse con clavos antideslizantes, ha aprendido a esquivar los glaciares y a sortear las riscas usando el piolet. Llegó a la cima, que para un alpinista es sólo la mitad de la aventura, y al volver de la escapada tuvo que enfrentarse a otro tipo de vértigo.

El tesorero dejó antes de irse al maco tres mochilas a tres incondicionales, tan leales que ni siquiera saben lo que guardan esos aperos de alpinista. Guardan grabaciones, vídeos, cuentas, talones. Los depositarios son tan cabales que ignoran lo que están custodiando. «Uno de ellos sólo sabe que en el saco de dormir hay unas botas de esquí. Luis lo tiene todo guardado y repartido pero la bolsa más peligrosa es la que contiene las botas de esquí». Sin embargo, me dice mi fuente, se ha equivocado con algún familiar.

Me lo decía mi abuelita, me lo decían en Génova: qué inocente eres, Raúl, con lo del cuñado de Bárcenas te vas a llevar una sorpresa. Tenían razón. El equipo que apoya a Luis Bárcenas ha dejado de creer en Antonio de la Fuente, el cuñado que debe todo al tesorero. Como jefe de seguridad, controló a los hombres de los maletines y, por supuesto, las cámaras de la sexta y la séptima planta. Pero hace unos meses firmó un papel, redactado por los abogados del partido, en el que certifica que se habían borrado las grabaciones acogiéndose a la Ley de Protección de Datos. La actitud del jefe de seguridad se compensará con la de la secretaria. El día 10 irá a declarar la secretaria de Bárcenas, y los ropones y alivios esperan que diga la verdad.

Mientras hemos llegado al descanso del match, el Parlamento espera. Me recuerda Irene Lozano, la diputada de moda, que el caso Bárcenas confirma el aforismo inventado por Miguel Ángel Aguilar cuando el GAL: «La Justicia a veces camina a hombros de hijos de puta». Yo no creo que Bárcenas sea un hijo de puta sino un millonario; ya se sabe, detrás de cada fortuna suelen esconderse, si no crímenes, al menos desmanes y sobornos.

«Lo asombroso –me dice un empresario en el Hotel Wellington– es el desconcierto de Génova. Antes Trillo se ocupaba del caso,ahora cada uno va a lo suyo en una encarnizada lucha por el poder».

Mientras tanto, Rosalía habla cuatro minutos al día con su marido. Cuando se ven a través de los cristales hace el payaso, da saltos, hace visajes y grita para que su marido no note que está destruida, que cada noche se duerme deseando no despertar nunca.