La rentrée

ACT OF KILLING, de Joshua Oppenheimer. ¿Una obra maestra? Sería caer en el lugar común. Qué voy a decir yo de una película donde la propia ficción es verdadera. Ni verosímil, ni veraz, ni todas esas zarandajas de los manitos: verdad licuada. El fact cinema prosigue su curso. Oí decir el otro día que el cine es una de las artes que han experimentado un mayor bajón de calidad y que las 10 o 20 mejores películas del siglo se habían hecho 70 u 80 años atrás. Hombre, hombre. Este año llevo ya cuatro que están entre lo mejor del siglo: Searching for Sugar Man, StoriesWeTell, Elimpostor y esta última, la mejor y más brutal de todas ellas. El arte progresa como la ciencia, sin la menor duda. Pura acumulación. Si se verá claro en Act of Killing. Una película que ha podido hacerse porque el cine y la televisión han ido depositando en las personas la convicción de que nada de lo que hacen será si no se filma. Hagan lo que hagan. Incluso, como es el caso, si se dedican a la tortura y al asesinato en masa. Muerto dios, las gentes ven en la cámara la única forma de inmortalidad posible. Es decir. Ya sabemos lo que es una sociedad sin dios. Cámaras. Donde El Gran Hermano no es dictado del poder sino súplica del pueblo. El lugar donde los asesinos (en este caso asesinos de indonesios durante los años 60: un millón y medio de víctimas) explican sus actos y además los representan (se advierte la frustración de los asesinos por no haber podido filmar los asesinatos verdaderos), en una ceremonia puramente inexplicable que trae ecos de aquel bárbaro Fitzcarraldo de Herzog, uno de los productores junto a Errol Morris. A los especialistas en el corazón humano les gustará la hipótesis de que criminales en masa confiesen minuciosamente sus asesinatos mediante la representación teatral, es decir, alojándolos como ficción en su cerebro; a los periodistas les interesará la puesta en práctica, una vez más, del método McGinniss: Oppenheimer hizo creer a sus asesinos que iba a favor de ellos; y los entusiastas de la llamada banalidaddelmal encontrarán algún argumento a favor de sus tesis, pero sobre todo encontrarán un aluvión de argumentos contrarios.

Yo encontré argumentos para la musculatura. Al salir del cine el domingo, una chica desencajada le reprochaba a su pareja que la hubiese llevado a ver eso el día que acababa las vacaciones. Me pareció una queja sentimental. No hay una rentré más ajustada a las exigencias del término.