Una nación en entredicho

EN DIEZ días justos, con sus correspondientes noches, España, el más antiguo Estado-Nación de Europa, habrá afrontado tras la jornada del 11 de Septiembre el desafío más grave que su integridad haya padecido nunca. El alarde separatista catalán de este año va más allá que el de cualquier otro, incluido el último; carece de la ambigüedad tradicional exhibida por la casta política catalana en sus negocios con Madrit, es una exhibición de fuerza ante los enemigos internos de la independencia, que huyen a Miami o se refugian en la ciudadela moral de Ciudadanos y supone para España y sus instituciones un reto a su integridad territorial y a algo más importante: su razón de ser como Estado. El día 11 no se rompe una frontera sino que se destruye la capacidad interior para definir fronteras y defenderlas propia de un Estado capaz de subsistir y de una nación que aspire a tener un Estado. Para definir la situación en pocas palabras: ante Cataluña, España actúa como si ya no fuera un Estado; y en todo lo que a España se refiere, Cataluña actúa como si ya fuera ese Estado que España ha dejado de ser.

Mientras los dos grandes partidos –en cuya alternancia de Gobierno se sustenta el régimen constitucional de 1978– recorren la Vía Dolorosa de Bárcenas o de los ERE, el separatismo catalán, tras destruir la presencia simbólica y moral del Estado Español, se pasea por la Vía Catalana, cuyo aspecto payasesco no debe ocultar una milagrosa cualidad: si al político que pillan robando es catalanista, seguramente evitará la cárcel. El triunfo del separatismo catalán es, también, el triunfo de la corrupción del Estado Español. En cantidad, sólo los ERE se acercan al trinque pujolista del fer país. En calidad, el caso Bárcenas es una miniserie al lado del culebrón que desde 1980 protagoniza el sector negocios de Convergencia, que, por supuesto, no era sólo un sector sino el corazón y la cabeza convergentes. Al lado de Alavedra, o Prenafeta, no digamos Javier de la Rosa, Bárcenas es un maletilla, o, si se quiere, un portamaletas de los que el primogénito de los Pujol llevaba a Andorra cargaditos de juguetes, como en el villancico. Pues bien, esos corruptos, esos desleales, en diez días le van a echar a España un pulso decisivo. Y antes de echárselo, ya lo han ganado.