Sí a la guerra

VUELVE A oírse en España el tambor del no a la guerra, a propósito de la hipotética intervención de las potencias occidentales en Siria. Lo toca básicamente Izquierda Unida, que por boca de un Garzón ha dicho que se trata de una «guerra imperialista y de un falso relato sobre derechos humanos». El mismo tambor de Rusia e Irán, referencias habituales de los comunistas españoles. El primer problema del no a la guerra es su sorprendente tardanza. En Siria llevan algo más de dos años enfrascados en una guerra civil, que supera, probablemente, todos los horrores contemporáneos. No es fácil de comprender que la movilización del no a la guerra se haya retrasado hasta este lunes. La tardanza, sin embargo, revela los graves problemas conceptuales con que a menudo se enfrenta esta supuesta gente pacífica. Para que el no a la guerra se haga verdaderamente efectivo en la Siria actual, solo existe el camino de la guerra. A fondo. Es decir, el arrasamiento y la rendición de uno de los dos contendientes. La guerra de Siria solo puede acabarse a sangre y fuego. De ahí que quepa interpretar que los comunistas españoles están diciendo, en realidad, No vayamos a la guerra, lo que ya es muy otra cosa. Pero esta mutación tampoco acaba con sus problemas. No es fácil sostener que detrás de la posible intervención occidental en Siria haya un interés económico. Ni un interés económico ni geoestratégico ni, ¡tampoco!, una venganza. Lo que hay es un intento de acabar con las matanzas, con esas filas de niños apaciblemente dormiditos. Ni el más ambicioso de los teóricos de la conspiración y la dietrologia puede exhibir un motivo para intervenir en Siria más claro, contundente e inequívoco que el bien común. Si jóvenes ciudadanos americanos, ingleses, franceses, acaso españoles, mueren en Siria será porque el hombre contemporáneo ya no soporta con la facilidad antigua la diseminación del gas. Ese es todo el imperialismo en la cuestión siria. Un imperialismo que incluso (y ésa es la razón de las vacilaciones occidentales ante la declaración de guerra) asume la posibilidad de que el derrocamiento de Bashar al Asad traiga a la larga un régimen aún más hostil con la libertad. Así pues el no a la guerra que esbozan nuestros comunistas no es, ni siquiera, una fútil y naïf llamada pacifista, sino un gesto de autárquico desinterés por la sangre de los otros. Una pijería de izquierdas.

>Vea de martes a sábado el videoblog de Carlos Cuesta La escopeta nacional. Sólo en EL MUNDO en Orbyt, hoy: Las trabas de la recuperación.