Lo que entra y lo que sale

Mi padre abrió la puerta del cuarto de baño. Sentada y tocada con un pamelón parabólico, una gallinaca insigne saludó con desparpajo a mi azorado progenitor: «¡Hola Paco!». Don Francisco bajó la cabeza ante la duquesa viuda en maestà fisiológica y huyó presto de vuelta al jardín, en donde aún se apuraba el aperitivo. Necesitaba cuatro o cinco La Inas y contemplar con cierto bucolismo la bahía de Cádiz para recuperarse de semejante visión. «Pero, ¿qué te ha pasado que vienes tan colorado?», le preguntó un ilustre jerezano, a la sazón, uno de sus mejores amigos. Y muy mal hecho: mi padre le contó el encontronazo con la jocunda duquesa. «Pero no se lo digas a nadie, que es una faena para ella». Vano intento. Antes de que finalizara el almuerzo, el ganadero había puesto al corriente a cada uno de los 200 invitados. «Lo que me entra por ahí», dijo señalándose el oído para a continuación, llevarse el dedo índice a la boca: «me sale por aquí».

Ayer volví a ese polígono de oro irregular que forman Jerez, Sanlúcar, El Puerto, Cádiz... No había vuelto a El Buzo, club «pijísimo», dirían algunos, y escenario de mi tortuosa infancia de niño transexual alemán. Poco han cambiado las cosas, salvo que ahora abundan las señoras estafadas por Bernard Madoff (o los Ruiz Mateos), en lugar de los arruinados en malas tardes. Los señoritos se extinguen a medida que van partiéndose las herencias y aunque siguen primando las patillas y el pantalón rojo, puede observarse cierta evolución estética e ideológica. Por supuesto, en este reducto, la fe monárquica continúa férreamente arraigada. Tanto que el letizismo, amén del apoyo a Jaime de Marichalar, es uno de sus dogmas.

Culturalmente, conviven las dos Españas. Los viejos prosiguen con la vieja cantinela de enfrentar a Alberti con Muñoz Seca y Pemán mientras que en las nuevas generaciones, los recién licenciados en Ingeniería Industrial tratan de ligar con garzas morenísimas que preguntan si furboneta se escribe con v o con b y con su perfecto inglés, confunden carreras de caballos con campos de concentración. «No sabes que tocados tan bonitos había en la boda. Parecía Auschwitz».

La playa de Vistahermosa sigue atestada. La «gentebiendetodalavida» comparte arena con las omaitas y Antoñas. Y el mar, como la muerte, iguala en el otro sino fisiológico del hombre.

Al final, como bien sabían la duquesa viuda y el ilustre jerezano, lo que entra por ahí, sale por el otro lado. Es ley de vida.