La Comisaría

Fue un debate tristísimo porque, aunque el presidente del Gobierno anunció proyectos para la regeneración de la vida política, lo que allí se debatió no fueron planes, sino delitos. Constatados y presuntos.

Y esa cosa espesa y adherente, amasada con denuncias de ilegalidades, con la honorabilidad propia como única y dramática garantía frente a los hechos acusadores y con el recordatorio de los desmanes de otros, no abandonó ni por un instante la Cámara. Imposible no salir de allí con la impresión de estar ante la confirmación de un fracaso nacional histórico.

Es verdad que el presidente del Gobierno salió del trance mucho mejor de lo que los suyos se temían y de lo que la mayoría pensaba. Pero eso fue porque empeñó su palabra y, con más convicción aún de la mucha que ya empleó en febrero pasado, volvió a repetir que las acusaciones contra él son falsas. De modo que la verdad quedó de nuevo depositada en lo que los jueces determinen. El problema es que, en una democracia saneada, estaría de más el recurrir de continuo a la investigación judicial para dejar limpio, o no, el nombre de un partido y de sus dirigentes. Pero aquí vivimos con la vida política cosida a las togas.

Y eso fue lo que pasó ayer: que, en el duelo entre Rajoy y Rubalcaba, que formalmente tuvo buen nivel, de lo que se habló fue de la corrupción que ha invadido a los dos únicos partidos que están en condiciones de gobernar España.

En el caso del PSOE, de su pasado de ilegalidades, que ya quedó establecido en sentencia judicial, pero también de su presente sospechoso, que está siendo investigado ahora mismo en Andalucía.

En lo tocante al PP, todo es todavía presunto, pero hay que recordar que lo de Bárcenas no es lo único que está en los tribunales. El caso del ex tesorero, de su fortuna inexplicada y de la aparente financiación ilegal de su partido, es una variante del caso Gürtel, aún pendiente de sentencia judicial. Un pasado sucio contra un presente sospechoso. Ése es el panorama.

En ese desolador terreno fue en el que coincidieron los dos principales intervinientes. En eso, y en el de la descalificación a este periódico por publicar noticias que, en lo que se refiere a los socialistas, resultaron en su día ser absolutamente ciertas. Y ya es lamentable que las mismas palabras que sirvieron a los dirigentes del PSOE para defenderse de lo indefendible y para atacar a EL MUNDO, le sirvan sin mover una coma al hoy presidente del Gobierno. Pero eso es así porque las situaciones, las acusaciones, las sospechas y los ataques han resultado ser intercambiables.

Ésta es la constatación de un debate en el que el resto de los grupos fue aún más implacable que el portavoz socialista. Algunos llegaron al insulto y eso acabó de empeorar las cosas. Todas las preguntas que Rosa Díez le hizo al presidente fueron desechadas por Rajoy, aunque sin llegar a citarla a ella, con una consideración estremecedora cuya paternidad compartió, una vez más, con Rubalcaba. Dijo que el Congreso no es una comisaría. Lo terrible es que se esté viendo demasiadas veces en la necesidad de parecerlo.