Preludio de divorcio

Por la mañana saltó la noticia. «Los duques de Palma se mudan a Suiza», decía textualmente el titular de Mariángel Alcázar, pero muchos se apresuraron a interpretarlo y sin encomendarse a Dios ni a Javier Ayuso (jefe de comunicación de la Casa Real) fueron más allá y sentenciaron: la Infanta Cristina se separa.

La interpretación no carecía de sentido. La Casa admitió que la infanta se trasladará a vivir a Ginebra como coordinadora del área internacional de la Fundación La Caixa (repitan conmigo: Isidre Fainé, ruega por nosotros), mientras Urdangarin seguirá en Barcelona para permanecer a tiro de los jueces. Las alarmas han vuelto a saltar. La nueva responsabilidad profesional de la infanta está sujeta a su nueva vicisitud personal, y no al revés. Cristina ha decidido quitarse de en medio y para ello ha contado con la colaboración de La Caixa, que siempre está al quite. A partir de ahora la Duquesa de Palma y su marido llevarán vidas paralelas, aunque las fuentes consultadas se han apresurado a añadir que Iñaki viajará constantemente a Ginebra para estar con su familia. Los niños, por su parte, ya han sido matriculados en sus nuevos colegios.

Días atrás, todo el mundo se preguntó, a propósito de los correos privados (ya públicos) de IU, de dónde sacaba la infanta el cuajo necesario para soportar tantos sobresaltos. Por su posición, ella está obligada a poner cara de poker, pero el sufrimiento no le es ajeno. Si cualquier esposa se siente humillada al ver aireados en la comunidad de vecinos sus problemas conyugales, qué no sentirá Cristina, cuya comunidad de vecinos da la vuelta al mundo.

La infanta fue candidata a imputada. Muy pocos la justificaron entonces, cuando se supo del apoyo que prestaba a su marido en las tropelías del instituto Nóos. Lo de ahora es peor. Al hacerse públicos los correos extramatrimoniales de Urdangarin, la historia se convierte en espectáculo para consumo de masas. Y digo yo: mejor que el asunto la pille a resguardo. Suiza es el lugar idóneo: un país aséptico y aburrido, donde la gente no tiene tiempo para el escarnio.

Mientras a la orilla de las regatas este nuevo escenario es interpretado como una pre separación (variante del cese temporal de la convivencia), la Familia Real sobrelleva el foco con nerviosismo. La Reina siempre ha sido conciliadora con los fotógrafos y suele tomar la iniciativa a la hora de posar, pero esta vez hasta ella se mostró esquiva con los reporteros gráficos.

El Príncipe ya está en Palma y ayer regateó a la caña del Aifos. Antes había asistido en Andratx a un encuentro con los equipos de emergencia del incendio. Le acompañaban la Reina y la Infanta Elena, además del presidente Bauzá y el ministro Arias Cañete. En el centro de coordinación se dijo: «El incendio ya está estabilizado, pero quedan focos». La frase no podía ser más oportuna. A los pocos segundos de pronunciarla, se declaró un nuevo incendio y los bomberos tuvieron que salir por pies. Así las cosas, el Príncipe llegó pillado de tiempo a las regatas y decidió no pasar por el Club Naútico a complacer a los fotógrafos. El cabreo estaba asegurado.

A bordo de la lancha Somni, la Infanta Elena, cámara al cuello, se convertía en improvisada paparazza tomando instantáneas de su hermano en plena faena. Con ella, la Reina y la princesa Irene, convidada de piedra en los veraneos mallorquines. En el Naútico, consumiendo la espera, los periodistas nos habíamos refugiado en el Brunch by the sea (pijos que somos) para comentar la múltiple jugada. Allí estaban, como dos reinonas, Victorio y Lucchino (el gordo y el flaco), haciendo filosofía del gazpacho para evitar pronunciarse sobre el concurso de acreedores. También ellos llegaban tarde a nuestra Moleskine. Estábamos demasiado liados con la movida de los Urdangarines.