Todavía Miguel Mihura

FUE EN CASA de Álvaro de Laiglesia. Me presentaron a Miguel Mihura. Era yo jovencito e impertinente

–Tú eres Anson, ¿verdad? Me lo temía –me dijo el dramaturgo al estrecharme la mano–. Es que yo veo el ABC por las mañanas y, claro, me hago republicano. Pero luego, por la tarde, leo en Pueblo el artículo de Emilio Romero y me hago monárquico.

Ando ahora sumergido en los teatros alternativos de Madrid: La Cuarta Pared, El Montacargas, Garage Lumière, Microteatro, Tarambana, Triángulo, Pradillo, Lagrada, DT, Gurdulú, Azarte, La Usina, Bululú, Karpas, La Casa de la Portera, La Puerta Estrecha, La Usina, Tribueñe...

No todo es bueno en el teatro de vanguardia aunque sí interesante. Hay obras excelentes, las hay discretas y abundan las deleznables. En todo caso, estamos ante el espejo que refleja la sociedad en que vivimos. En eso consiste el teatro auténtico. Madrid es hoy la apoteosis de la escena alternativa a pesar de la crisis. Angélica Liddell, por ejemplo, radiografía mejor la sociedad actual que el circo que se prepara para el jueves, con interpretación desigual a cargo de la fatigosa mediocridad de los diputados, para que los españoles contemplen a algunas ovejas descarriadas y también el redil pastoreado por Rajoy, donde se escucha el balido de los corderos populares entre la insolente indiferencia de la España en vacaciones.

Así es que decidí ver, una vez más, Maribel y la extraña familia. Coño, Miguel Mihura sigue vivo. Tras el gran Buero Vallejo, figura entre la media docena de grandes dramaturgos del siglo XX. Pese a quien pese, biografía del autor aparte, Maribel y la extraña familia se está friendo todavía en la sartén. Asistí a su estreno en 1959, con soberbia interpretación de Julia Caba Alba, y me acompañó Annemarie Koenitz, la belleza que por aquella época deslumbraba a Madrid. Mihura se anticipó a Ionesco, a Artaud, a Arrabal, a Beckett. En Maribel y la extraña familia, el autor demuestra su dominio de la arquitectura teatral y su maestría para el diálogo, que discurre por las vías del humor. Los espectadores que abarrotan los teatros alternativos, entre los que me encuentro, no pueden dejar de asistir a este Mihura. El ingenio se roza muchas veces con la genialidad en la historia de la prostituta atónita.

Certera, en fin, la dirección de Gerardo Vera, insuperable Alicia Hermida, excelente Lucía Quintana, bendita sea la rama que al padre sale; acertada, Sonsoles Benedicto y eficaces todos los demás, con mención para Macarena Sanz y también para Elisabet Gelabert y Chiqui Fernández. La mediocre escenografía y las notas musicales, que sobran porque no añaden nada, no empalidecen el fulgor de esta comedia que se mantiene en pie, fresca la coña marinera y sagaz la crítica de una sociedad apabullada por la dictadura de los falangistas y los militares.

Dirigía yo el dominical del ABC verdadero cuando Berlanga me envió un texto cachondo titulado Anson y el extraño Mihura. Lo releo ahora al recordar a aquel escritor más raro que un cabrito verde, culto, sensible, divertido, escéptico, irónico, provocador. Inolvidable Mihura, inolvidado Miguel. Todavía encandila a las nuevas generaciones; todavía Miguel Mihura.

Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.