Un fraude, sobre todo, moral

El 1 abril de 1990 se clausuró en Sevilla el Congreso del PP en el que José María Aznar fue nombrado presidente del partido. Allí se produjo la famosa escena en la que el hasta entonces presidente, Manuel Fraga, rompió en pedazos y tiró por los aires la carta de dimisión sin fecha que Aznar había entregado a Fraga para que la hiciera valer en el momento en que le pareciera oportuno. Aquellos pedazos de papel fueron religiosamente recogidos del suelo por un transido secretario general del partido, que ya era Francisco Álvarez-Cascos, quien recompuso la carta y la guardó como una reliquia.

Lo que cuenta Bárcenas ahora, es que este mismo Paco ya se embolsaba desde el principio dinero del fraude. Y que ese mismo PP que venía de presentar un «proyecto de libertad» que incluía la recuperación de la ilusión colectiva y la confianza de los españoles en sus instituciones, dos meses después de hacer semejante despliegue político ya tenía en marcha un enjuague para que su secretario general en persona se llevara a casa unos cientos de miles de pesetas en dinero negro.

Da igual para lo que fuera ese dinero, la cosa es que ese partido recién refundado y que decía encarnar la regeneración democrática, podría haber organizado –siempre que Bárcenas no mienta– desde el mismísimo comienzo de su nueva existencia una estafa mucho más que fiscal: moral. Un fraude a quienes creyeron que, entre las corrupciones que afloraban ya desde las filas del PSOE, era posible vivir y ejercer la democracia con limpieza. Esto fue lo que la gente empezó a pensar y lo que, al cabo de los años y de los casos Filesa y Gal, que causaron tanto escándalo y tanto horror en la opinión pública, acabaría dando la victoria al partido de Aznar.

Por eso lo que dice Bárcenas es muy grave si es verdad. Porque no importa que estas cosas hayan ocurrido hace más de 20 años, no constituyan delito y, además, estén archiprescritas. Importa que las primeras suciedades se empezaran a idear y a practicar al tiempo en que, los mismos que las ponían en marcha, vendían a los ciudadanos su impecable ejecutoria y su inmaculado código moral.

Si Francisco Álvarez-Cascos y Javier Arenas pagaban a Hacienda sus tributos en dinero blanco pero luego se resarcían de ello en dinero negro, la conclusión es que estos señores del PP han estado estafando al público exactamente igual que lo hicieron los dirigentes del PSOE en su día y lo mismo que lo han estado haciendo hasta hace nada los socialistas andaluces de los ERE o los nacionalistas catalanes del Palau. ¿Qué nos dirá Rajoy?

Si esto ha sido así –excluyamos a UCD, porque muchos de sus miembros pusieron su propio dinero para apuntalar las actividades del partido–, resulta que la actividad política en España ha sido desde casi el principio un abuso, una burla al votante y otra al contribuyente. Si esto que dice Bárcenas es verdad, el código ético que todos han agitado ante nuestra cara tantas veces llevaba las páginas en blanco. O con apuntes contables a todo tirar.