El dinero de los demás

NO SE PUEDE usar la universidad ni para la superación personal ni para la rehabilitación social. Las universidades tendrían que ser catedrales del conocimiento a las que sólo tuvieran acceso los alumnos que hubieran acreditado que pueden sacar el máximo provecho de lo que se les va a enseñar. Ser universitario no es ni mejor ni peor que no serlo. La calidad del trabajo que luego hagamos, sea en el ámbito que sea, es lo que va a determinar nuestro prestigio y nuestro éxito. Nunca será mejor un mal médico que un buen fontanero. Lo que importa no es lo que hagas sino que lo hagas bien hecho.

El Estado tiene que invertir, becándolos, en aquellos chicos que demuestren aptitudes e interés y capacidad para devolver a la sociedad lo mucho que la sociedad ha hecho por ellos. Los recursos son limitados y hay que usarlos con inteligencia. No se puede ofrecer mediocridad a cambio del enorme esfuerzo que muchos hacemos pagando nuestros impuestos.

El sistema de concesión de becas tiene que ser riguroso y exigente, porque pese a la carraca de los derechos adquiridos sólo tenemos deberes. La pregunta no es a qué crees que tienes derecho sino de qué esfuerzo ajeno te crees digno. ¿Qué parte de lo que yo gano tengo que darte y por qué?

Se ha perdido el respeto al dinero de los demás. Mi abuela me enseñó a pedir siempre lo más barato de la carta cuando alguien me invitaba a cenar y a que me terminara todo lo que hubiera en el plato. «Y al día siguiente, manda unas flores dando las gracias». La gratitud es tan fundamental como el desodorante.

La degradación de la vida pública española se concretó cuando el otro día algunos alumnos le negaron el saludo al ministro de Educación y Cultura. Nada hay más soez, ni más desafortunado, que la arrogancia del subvencionado.

Todas las universidades tendrían que ser privadas y el Estado tendría que limitarse a becar a los que objetivamente considerara que tienen algo que aportar. Lo demás es generar mediocridad y paro, falsas expectativas y un nivel de gasto que no sólo no podemos permitirnos sino que resulta un insulto a los que vemos cómo se malgasta nuestro dinero.

Porque el dinero es nuestro, sí, y de momento todo el mundo nos ha insultado y nadie nos ha dado las gracias.