Dar la nota media

Wert se presentó en el Congreso con cara de 6,5 que a veces, agobiado, lograba remontar al 7. En puridad, a Wert se le ha puesto cara de nota, más por Lebowski que por examen. Algo tiene la política que a los lastimeros los asciende y a los agudos los pone a jugar a los bolos. Wert debería colocarse pelo, como Bono, para dejárselo largo.

El socialista, cuando se compró un ático frente al Retiro, lo primero que hizo fue mandar una carta a los vecinos disculpándose de las reformas que iba a hacer. Un vecino se quejó de que la carta había llegado tarde, pues Bono ya no estaba en el Gobierno. Wert, ataviado como El Nota, podría haberse ahorrado disgustos con esa carta. No hay un solo abucheo en España del que no le corresponda una parte alícuota. Hasta en la carretera, cuando se escucha un bocinazo, quien más y quien menos mira a ver si está Wert, y lo curioso es que siempre está, no necesariamente dirigiendo el tráfico.

Montoro es de otro palo. Anda estos días sumergido en lo esotérico y pidiendo perdón no sabe aún exactamente por qué, porque el follón en el que está metido es inextricable. Esta palabra la usa mucho Borges y ahora ya no voy a ser capaz de leérsela a Borges sin pensar en Montoro; es como si la obra del argentino hubiese quedado tocada de muerte. Borges, al escribir inextricable, no sabía el misterio matemático de nuestros días, que despejado el teorema de Poincaré es la aparición del DNI de la Infanta en toda suerte de ventas. Juan Soto Ivars, que es experto en Perelman al punto de novelarlo –y experto en rusos en general, como buen alcohólico– haría con Montoro la ficción de un hombre atribulado que a cualquier hora da una explicación larga, somera e incisiva en la que detalla, durante una hora, que no sabe dónde está el error. Saura y Gorriarán trataron ayer de sonsacarle más de lo que Montoro podía sonsacarse a sí mismo.

De 13 fallos Hacienda se atribuye dos y reparte 11 entre notarios y registradores de la propiedad. Montoro, como Woody Allen, alejando con el pie la revista de un hombre al que apalizan en el metro, empieza a colar en el subconsciente la imagen de Rajoy.

El gran acuerdo al que se llegó ayer no sólo fueron las preguntas a Montoro, sino el pacto europeo. Alfonso Alonso se dirigió a la nación como si Rajoy saliese hoy para las Termópilas. Hubo fervor en los escaños. Todo lo desbarató un comunista, como siempre. Centella subió al estrado y dijo que el pacto había sido escrito por los hombres de negro–los vampiros de la UCI– que «nos visitaron recientemente» –aquí todos miraron alarmados a la puerta– mandados, dijo, por la Troika; y pronunció troika de una manera perfecta, como esa palabra sólo la puede pronunciar un comunista. El gesto de Wert, de hecho, subió un instante hasta el 8,5.