¿La mejor del mundo?

Ya ha trascendido que Simon Rattle finaliza su contrato con la Filarmónica de Berlín. Quiere decirse que el maestro británico habrá permanecido 16 años en el cargo. Más de cuantos estuvo Claudio Abbado (13), pero mi impresión es que el liderazgo de Rattle al frente de los berliner ha sido más elocuente en la apariencia que en el fondo.

De hecho, cuesta trabajo afirmar con rotundidad que la superdotada Filarmónica de Berlín sea la mejor orquesta del mundo. Puestos a exigir y elucubrar, cabría plantearse si es incluso la mejor orquesta alemana, pues la competencia de la Staatskapelle de Berlín (Barenboim), la opulencia de la Orquesta de la Radio de Baviera (Jansons), el sello de Riccardo Chailly en la Gewandhaus de Leipzig y la categoría de la Staatskapelle de Dresde a las órdenes de Thielemann han cuestionado la jerarquía indiscutible, absoluta, que estableció Herbert von Karajan en la segunda mitad de siglo.

Así constaba incluso en una encuesta que promovió la revista británica Gramophone entre los principales críticos terrícolas. Unos y otros concluyeron que el primado se lo merecía por unanimidad el Concertgebouw de Ámsterdam, mientras que los berliner recogían la medalla de plata un escalón por encima de la Filarmónica de Viena.

Entiendo que esta clase de clasificaciones no debe interpretarse dogmáticamente, pero mi impresión es que la época de Rattle al frente de la Filarmónica de Berlín ha tenido más repercusión en los aspectos cosmopolitas, en la apertura del repertorio y en el compromiso con la música contemporánea que en la obligación del sonido y en los deberes respecto a la custodia de un patrimonio y hasta de una idiosincrasia.

Naturalmente, el peso y la historia de la Filarmónica de Berlín relativizan la impronta que pretenda establecer un director de orquesta. Que se lo digan al efímero Roberto Paternostro. Karajan pretendió entronizarlo como el maestro del futuro, así es que los músicos aprovecharon el apagón de un ensayo para seguir tocando a oscuras y dejar estupefacto al director italiano en su absurdo papel de timonel de la noche.

Rattle fue una apuesta valiente y descarada, pero se ha mantenido demasiados años. Y no sólo por la buena relación del Sir con los músicos. También porque costaba trabajo admitir la posibilidad de que el fichaje de Rattle hubiera sido un acierto incompleto.

El escarmiento tendría que influir en la cuestión sucesoria. ¿Quién podría aspirar al podio de Berlín? ¿Qué criterios van a establecerse? Gustavo Dudamel ya ha aparecido como candidato favorito. Termina contrato en Los Ángeles en 2019 y forma parte de los directores predilectos. Razones ambas que se añaden al extraordinario talento musical, a su pegada mediática y a sus equivalentes aportaciones mercadotécnicas.

Quizá el problema sea la edad. Cumpliría 36 años en la fecha del traspaso de poderes, de tal forma que el precedente de Rattle y hasta las similitudes con el director británico en cuestiones de precocidad y de simpatía universal podrían favorecer la llegada de la alternativa más sensata, incluso natural: Christian Thielemann. Tanto por los méritos artísticos del candidato en su afinidad cultural al símbolo de los berliner como porque le favorece su pasaporte: la eminente orquesta no ha contratado a un director titular alemán desde que Furtwängler reasumió el puesto entre 1952 y 1954. ¿Ha llegado el momento de la apuesta patriótica?

La duda permanece en el aire, incluso se resiente de que pueda prevalecer el criterio del modelo crossover sobre el estrictamente musical. Dudamel representa la herencia natural de Rattle a favor de la primera hipótesis. Thielemann justifica la segunda opción en cuanto delfín natural y emblema del patrimonio teutón.