El aborto licenciado

LA DIPUTADA del PP Beatriz Escudero está teniendo en las últimas semanas gran popularidad porque dice que el aborto lo practican chicas sin formación, y lo curioso es que tiene razón: cuanta menos formación hay y más predomina el instinto, más fuerte es la decisión según las circunstancias; más se adapta el ser humano al medio. Escudero está al tanto de la hipocresía de cierta derecha respecto al aborto y es natural que lo esté, si no no sería diputada. No se trata de una posición política sino religiosa; no se trata, la pretendida reforma del Gobierno, de un cambio democrático sino teocrático: de la creencia de que la vida surge de un estadio superior a la ciencia; de que el mero rechazo a un contacto sexual está dejando por el camino a unos trillizos. Ésa es la fe: creer, no en el happyend, sino en la trilogía.

La discusión intelectual del aborto es una de las más sinceras de este tiempo y la que más quiero por la cuenta que me trae. Como tantos asuntos ya instalados en la vida pública, no se reabrirían sin que el ministro de turno tuviese la necesidad de cambiar el mundo, no digamos ya la familia, que es más difícil de fundar que un imperio. Pero el apuro que siente el PP porque todos seamos iguales, salvo en la nota media, causa cierta desazón; quizás haya pensado la diputada Escudero que abortar sin estudios sea lo mismo que hacerlo para desentenderse y seguir con la universidad mientras los abuelos, o las dominicanas, se hacen cargo de la criatura. «Supe de qué iba esto cuando mi hija después de un campamento bajó del avión y se echó a los brazos de la asistenta», me dijo ayer un amigo.

Gallardón insiste en que los padres, por su espléndido dedo, tengan los hijos que dicte la providencia; Escudero abunda en las presiones a las que se someten las madres y achaca esa voluntad quebrada de ellas a la familia, los amigos o el Real Madrid. Es esa manera española de decir que quien no haya acabado la ESO no es que no sepa vivir, es que no sabe empujar, y se le engaña con el infierno eterno como si las chavalas con estudios considerasen el feto con un aprecio biológico más interesante que la nómina de sus padres. Pero al fin y al cabo ésta es la característica fundamental del debate sobre el aborto: la decisión, enigmática, que un Gobierno toma sobre tu gestión del coito.