Raspar la indignidad

LA RENDICIÓN de Wert ante su propio partido en la polémica sobre la nota mínima para mantener una beca universitaria, el famoso 6,5, que, si creemos a los sociatas es cota inalcanzable para los pobres, prueba que el PP sigue paso a paso la senda suicida del PSOE. Carece del valor político para reformar un Estado en plena metástasis y abordar la ruina de una nación hipotecada por ese Estado enfermo; y no muestra el mínimo aseo intelectual para abordar los problemas básicos de la sociedad española, el primero de los cuales, sin el que no se resolverán los otros, es la educación.

Que Alfonso Alonso, mano derecha, zurda o tonta de Soraya, diga que el «5 raspao», elogiado ayer por el comunista Centella, garantiza «la igualdad de oportunidades» es para borrarse del PP, que sobre Partido P’ayudar es ya Partido del PER educativo. Alonso debe de ser otro señorito de cuna y progre de sepultura, porque defender que no sean los conocimientos ni el esfuerzo la forma de medir si los ciudadanos debemos pagar como ahora el 80% de cada puesto universitario o el 100% que algunos piden, sean los alumnos tontos o listos, trabajadores o vagos, es de señoritos condescendientes. Lo malo no es que Centella hable de «la dignidad del 5 raspao», ni que Alonso diga que una mala educación, ayuna de exigencia, asegura la igualdad de oportunidades. Eso es repugnante y estúpido, pero no es lo peor. La tragedia de España es que su corrompida casta dirigente no se ha enterado de que un 5 de hoy era un 3 de ayer. Que sólo los ricos –en primer lugar, los hijos de los políticos progres– pueden pagarse los estudios en el extranjero para que su título valga algo. Que en España –recordó ayer la OCDE– nadie hace Formación Profesional. Que antes se transmitían conocimientos concretos y ahora, como recordaba Lucía Méndez, eso de «aprender a aprender», o sea, nada; y, sobre todo, que el 5 raspao es infinitamente menos digno que el 7 justito, el estupendo 9 y el magnífico 10. Yo estudié desde los 10 años con beca, que se renovaba con media de 7. Era malo en dibujo: aprobadillos raspados con láminas poco dignas, pero lo compensaba con matrículas en otras materias, que para eso me pagaban los estudios los contribuyentes. Ah, y si me han de operar, que sea un médico con muchos dieces. El de cincos raspados, para Centella.