La corte del rey del Potasio
Urge introducir en el inventario de filántropos la persona y la obra de Dimitri Ryboloblev, cuya notoriedad de las últimas semanas se la ha proporcionado el fichaje de Falcao, aunque este entrañable magnate ruso, máximo accionista del Mónaco, ya había merecido atenciones informativas a cuenta de su humanismo renacentista. Se me ocurre mencionar, enternecido, el detalle que tuvo con su hija cuando cumplió los 18 años. Se la llevó a una playa de Grecia. Y le dijo que la playa era suya. Y que ya puestos, la isla también. No cualquier isla, la de Skorpios, propiedad de la dinastía Onassis e igualmente panteón familiar, con los pormenores escabrosos de un territorio maldito.
No le inquietan al magnate. Queremos decir que Ryboloblev no es una persona supersticiosa. Mucho menos después de haber salido a hombros de la cárcel donde expiaba un delito de homicidio. Se retractó el principal testigo del crimen –no queremos imaginar sus razones–, de forma que el filántropo pudo dedicarse al rumboso negocio de los fertilizantes. Tanto le apasionaba el concepto de la fertilización que le dio por fertilizar a otras mujeres, así es que la suya, suficientemente fertilizada, decidió divorciarse. No de cualquier manera. En casa de los Ryboloblev las cosas se hacen bien o no se hacen. Por eso, Elena Ryblolobleva ha protagonizado el mayor divorcio de la historia, a cuenta de los 4.600 millones de euros que reclama al rey del Potasio. Un poético sobrenombre, el rey del Potasio, con que Ryboloblev evoca el origen de su fortuna.
Estas cifras convierten en calderilla el aparente dispendio con que el magnate juega al futbolín con el Mónaco. No está haciendo un equipo de fútbol. Está haciendo una campaña de imagen. Se trata de lavarla. Igual que hace con el dinero, pues resulta que Dimitri Ryblolovlev es el principal accionista del Banco de Chipre. Principal accionista pero no titular de un depósito. Imaginemos qué disgusto supondría para Dimitri que sólo le garantizaran 100.000 euros cuando su fortuna alcanza los 9.500 millones de euros y le sirve de pretexto para intoxicar e inflacionar el mercado futbolísitico, ridiculizando el escrúpulo con que Platini reivindica el fair play financiero. Falcao se ha prestado al ajedrez del rey del Potasio, incurriendo en el mismo reproche con que Elena Rybolobleva atiza a Dimitri Ryboloblev: «Mi ex marido no posee el dinero, el dinero lo posee a él».
Es la explicación prosaica y pecuniaria de un error deportivo y hasta estratégico. El pelotazo de fin de carrera se entiende en los ejemplos de los futbolistas que ya se han exprimido en la elite –Eto’o–, pero resulta incompresible en el caso de Falcao porque el Tigre desaparece realmente del teatro de operaciones en la plenitud de su carrera, arrinconado en una liga menor y alejado de las competiciones con repercusión internacional. Falcao da efectivamente un paso atrás en su carrera para ganar más dinero, aunque este cálculo cortoplacista subestima el valor que adquiriría su reputación a medio plazo en una gran liga y convierte al crack colombiano en el capricho mefistofélico de un magnate despiadado.