Parra es todas las cosas
Exposición / Un artista excepcional
La Biblioteca Nacional reúne en una muestra los ‘artefactos’ del poeta chileno
Resulta difícil dejar a Nicanor Parra colgando del apelativo de poeta. Es decir: ceñirlo sólo a la servidumbre del poeta, a su rigidez a veces superlativa. En este hombre coinciden de forma fabulosa muchas energías que no se adaptan a un molde concreto: el científico, el generador de poemas poderosos y cercanos (o poderosos por cercanos), el dinamitador de todas las convenciones de la literatura, el improvisador de mundos inéditos, el reventador de lógicas absolutas, el padre de la antipoesía, el artificiero del humor como acontecimiento, el arquitecto de un jardín casi infinito de objetos descosidos del destino que les fue asestado. En cualquier caso: Nicanor.
Pocos autores resisten igual las décadas sin tener que justificar su obra. Parra, premio Cervantes 2011, es un todo donde la vida se subleva y reaparece por la más insólita de sus costuras. Es un poeta –ahora sí– con una estela de discípulos que no se le parecen en nada. A los 97 años tiene algo de misterio con patas. Se sabe que está ahí, en su casa de Las Cruces (Chile) trabajando o destrabajando en sus cosas, pero no se deja ver. Ha optado no por el silencio, sino por el callar, y el desaparecer, y el reír del qué dirán. Pero a ratos algo de él regresa en cualquier formato posible, como puede ser esta misma exposición que presenta (hasta el próximo 1 de septiembre) la Biblioteca Nacional bajo el lema de Obras públicas, coordinada por Ignacio Echevarría, crítico de El Cultural, y en colaboración con la Fundación Aquology.
La muestra propone una expedición por el vasto territorio de Nicanor Parra. Un deambular por las muy diversas maneras que tiene el autor de Versos de salón de hacer de la palabra una visualidad, un espacio de colisión. «Empeñado en atraerla al ciudadano corriente, Parra se propuso desde muy pronto dinamitar los cauces convencionales en que suele tener lugar la experiencia poética, empleando para ello todo tipo de soportes: carteles, tarjetas postales, tablas de madera, bandejas de cartón...», explica Echevarría en el catálogo.
Todos estos artefactos, acompañados por la bibliografía de Parra en distintas vitrinas, generan un bosque de significados cuya expresión natural es el desconcierto. Pues a cada una de las acciones del objeto le asesta una nueva naturaleza verbal. «Todo lo que nos une es poesía. Sólo la prosa puede separarnos», dice en uno de los textos.
Están las series de Quebrantahuesos (el periódico hecho a collages que realizó Parra junto a Enrique Lihn y Alejandro Jodorowski en los años 70), el conjunto de Tablitas de Isla Negra (pequeñas maderas de obra pintadas con boli Bic negro sobre unos delgados soportes de metal), las Bandejitas de la reina (dibujos y mensajes sobre una bandeja de pastelería), los Trabajos prácticos (donde el creador de los antipoemas se sirve de objetos de consumo para desafiar al espectador) y los Artefactos (uno de los conjuntos más interesantes de la poesía visual de Nicanor Parra).
Trota en el mismo estribo que Duchamp y sus ready-mades, en la misma coordenada que Brossa y sus poemas objeto. Siempre buscando las intersecciones y los puntos de fuga del sentido. «Estos materiales son a menudo insólitos, generados en el trancurso de varias décadas», apunta Echevarría. «A través de ellos es posible obtener una mejor comprensión de los rumbos de la antipoesía, y hacerlo por la vía del humor inteligente, a veces brutal, pero repleto también de sutileza e incluso de ternura». Como alumbrados, por qué no, por un lobo bueno.