Era Maria

SOSTUVE opiniones mucho más ligeras antes de casarme y de acudir al ginecólogo con mi esposa la primera vez que nos quedamos embarazados. No puedo estar orgulloso de algunos episodios de mi pasado y aunque sólo sea por ello no me atrevo a dar lecciones sobre el aborto.

Sí que puedo decir que aquella primera vez, en el ginecólogo, vi una forma y escuché un latido, aunque tampoco crean que muy claramente, porque mi esposa y yo llorando, emocionados, hacíamos mucho más ruido. También puedo decir que al mes siguiente tuve el peor disgusto de mi vida cuando la ginecóloga no pudo darnos buenas noticias. «Ahora, justo ahora empiezas a ser padre y a entender lo que se sufre», me dijo uno de mis mejores amigos, padre de tres hijos, y cuyo primer embarazo tampoco prosperó.

No me siento moralmente capaz de dar lecciones pero estoy en condiciones de afirmar que cuando nos volvimos a quedar embarazados, y volvimos al ginecólogo, la ilusión de volver a escuchar el latido nos hizo volver a llorar, y nos hizo sentir padres ya de aquella personita. En las siguientes visitas, cuando Maria fue tomando forma, hablábamos con ella, le poníamos música y mi mujer se movía con cuidado consciente de que la transportaba, tal como hacemos ahora que ya está fuera de su barriga. Exactamente lo mismo para la misma Maria.

Era Maria. Fue Maria desde el primer día. Fue mi hija en todas sus fases, y como tal la cuidábamos y seguíamos sus progresos, y nos preocupábamos cuando pasábamos una hora sin notar sus pataditas. Recuerdo la prueba morfológica de alta precisión, comprobando que todas las partes de su cuerpo estuvieran en su sitio. Estaba viva, ¡claro que lo estaba!, y crecía tal como está creciendo todavía.

Su nacimiento fue una etapa más de su vida, no la primera, y cuando la ginecóloga me la puso en los brazos ya hacía tiempo que nos conocíamos.

No puedo dar lecciones pero puedo decir que si hubiéramos abortado la habríamos matado, y que cada aborto implica una muerte; y que abortar es asumir que está justificado matar, y hacerlo. Una abortista que luego se oponga a la pena capital es una estúpida.

Hay que vivir sabiendo lo que hacemos. El peso de nuestra vida es el peso de nuestra conciencia. Dios nos hizo libres pero el bien y el mal existen, con todo su sentido. Era Maria, y nosotros sus padres desde el primer latido.