‘Liberralismo’
SER LIBÉRRIMO es una de las posturas elegantes de este mundo. Por si fuera poco es cómoda y suele estar bien pagada. Goza de un romántico malditismo, aportado principalmente por la adjunción de la partícula neo y la cortedad de una izquierda que se empeña en convertir en demoníaca lo que no es más que una conducta angelical, cínica como máximo. El libérrimo vive su vida ética con indolencia y armado del mismo detente bala que es propio de su vida económica: si quieres ser feliz y comer perdices/no regularices, no regularices. Su ambición intelectual y política no supera el donotdisturb; pero es un gran plan de veraneo. En cuanto a su utopía, es tan improbable y pueril como las que pretende combatir: el libérrimo cree en el pueblo con la misma insana devoción que comunistas y nacionalistas. E invocando su fantasmática teoría sobre la mano invisible que rige las cosas se encomienda a dios cada mañana como el beato que es. Cuando el libérrimo disfruta de cierta agudeza se instala en la vida irónica, ese hipsterismo moral descrito con sutileza por Christy Wampole en el Times. Poco más se le pide, y menos que nada afirmaciones comprometidas y desnudas. Como en el caso de los comunistas de Occidente el libérrimo goza de la fortuna de que sus teorías jamás formarán parte del gobierno general.
Cabe reconocer, sin embargo, que en la última década y en santa alianza con la vulgata marxista, el libérrimo ha estado cerca de hacer de internet su inmenso falansterio y de convertirlo en el territorio práctico de sus maceradas fantasías. Todo su excipiente tópico (puesto en palabrería ad hoc: desde la inteligencia colectiva hasta la democraciaen red) se proyectó con vehemencia pionera sobre el nuevo oeste digital, haciendo abstracción y befa de las incómodas limitaciones de la ley aportadas por la antironía convencional. La tosquedad desregulativa y lavativa del libérrimo, su infantil rechazo de la complejidad, ha puesto en riesgo el sistema general de la cultura. Y, lo que ha sido más dolorosamente paradójico, usando la herramienta cultural más prodigiosa de la modernidad. Pero la experiencia habrá aportado un gran beneficio: la exhibición práctica, aunque por suerte acotada, del liberralismo real. Y, como en el caso del socialismo real, sus catastróficas relaciones con la verdad, con la justicia y con la creatividad.