Hombres de moda

Una de las razones por las que me alegro de no tener una hija es por la posibilidad nada remota de que un día Eduardo Madina aparque un Buick frente a casa, llame al timbre con un ramo de flores en la mano y haga tiempo conmigo mientras espera a que la niña baje para llevarla al baile del instituto. Por esos cinco minutos, a veces 10 si Eduardo se enrolla contándome lo bien que tenemos el jardín, yo prefiero tener vástagos varones. Pese a todo, no es raro que algún día nazca la chica, y entonces sabré que una tarde dentro de 10, 15 o 30 años timbrará Madina y tendré que levantarme del sofá. Al fin y al cabo o timbra él o timbra Casillas: pretender en España que no llame uno de los dos es imposible.

Mientras tanto, Madina hace tiempo en el Congreso y ahora también en el partido, donde ha dado el Gran Salto Adelante de la forma más humilde posible: no decir que no. Es el hombre de moda. Lo sabe Gallardón, que ejerce de coolhunter ideológico en el PP, siempre atento a las nuevas tendencias. Gallardón ha hecho carrera en el PP sabiendo antes que nadie qué es lo que se lleva y lo que no para hacer todo lo contrario y frustrar su propio ascenso. Ahora ha visto una mina en el aborto, como si la legislación sobre aborto fuese a ponerse de moda dentro de unos meses, y ha decidido presentarla en su particular colección primavera-verano. Fue sarcástico y duro ayer con Madina porque a lo mejor a Gallardón le pasa con Madina lo que a mí, que si un futuro yerno me entra en casa con las flores a decirme no sé qué de un aborto, después de sacarme de sofá, le doy tal patada en el culo que aparece en medio de la Superbowl.

«Hay muchas miradas puestas sobre usted», dijo Gallardón a Madina. Gallardón escucha sentado en su escaño esbozando sonrisas enigmáticas, como si estuviese descifrando suaves acertijos matemáticos, y al levantarse siempre se abrocha el botón de la chaqueta. Es un acto casi reflejo el de Gallardón; clava la mirada en su interlocutor y en una maniobra rápida, antes de que te des cuenta, ya se ha abrochado el botón. A partir de ahí estás perdido. Por ejemplo, mientras Madina preguntaba por el aborto Gallardón le organizó unas primarias. Es un político especial, el ministro: cuando no tiene razón es cuando más brillante está.

Al salir a la calle me encontré con una escena brutal, la más fastuosa desde que llegué a Madrid. Al lado de un semáforo, Esteban González Pons estaba de pie con los ojos cerrados y la cara dirigida al sol bronceándose como si no hubiese un mañana. Probó un coche a pitarle por si se ocupaba del parabrisas. Él apretó los labios con denuedo, haciendo fuerza para acaparar todos los rayos como un amigo que bajaba a la playa con escalera. «Esteban González Pons», pensé. Hace poco entró en Twitter como un elefante en una cacharrería quejándose de que le habían robado la bici. Pero cómo no te van a robar la bici, alma de cántaro, si lo raro es que te dejen los zapatos. A ver si el escaño de Valencia, desde Zaplana, va a estar donde el semáforo de Jovellanos, junto a Casa Manolo. Un día que se duerma, González Pons acabará como los heavys de Gran Vía, siendo un clásico, y tendrá estatua. Otra, quiero decir.