498 cuchillos venezolanos

JUEVES

Bayonetas que salen de la nada

El poder que tienen los artistas sobre la muerte, la violencia callejera y el dolor es una vertiente silenciosa, bella y conmovedora de los primeros auxilios. Es un servicio tardío que llega cuando los portalones cálidos, los parques queridos de los barrios, las avenidas y las esquinas por donde pasan y se encuentran las vidas de los hombres se han convertido, mediante una ceremonia mecánica y sombría, en la escena de un crimen.

El talento registra entonces la esencia humana, un territorio que la técnica no puede tocar, con la ilusión de que su trabajo pueda prevenir, pueda evitar que una sociedad acepte ese desastre como si fuera un desayuno, una cita de amantes o un paseo, una escena normal del día a día.

Lo sabe el pintor Enay Ferrer (Caracas, 1974) y por eso abrió ahora en su país una exposición de 14 óleos con figuras atormentadas y hombres armados y con capuchas a las que acompaña en el salón un retablo de 498 chuzos, esos cuchillos que se hacen en las cárceles a la hora en que la imaginación convoca al miedo o al rencor.

La cifra de esas armas que salen de la nada es una referencia directa al número de venezolanos que murieron asesinados en el pasado mes de abril. La muestra de Ferrer se titula La Santa Fe yes una aproximación descarnada a la realidad de su país. Pero contiene también un recado esperanzador gracias a la presencia de imágenes religiosas y personaje populares.

El creador explicó que ya en las prisiones hay más pistolas que cuchillos inventados, pero la inclusión de los chuzos en su muestra se debe a que son el símbolo carcelario histórico y porque, además, él siente una especial atracción por el carácter primitivo de esas hojas extrañas.

El pintor dijo en Caracas que nadie escapa en Venezuela del conflicto político y que, desde las estructuras de poder, se mezclan la violencia y la religión para dominar.

«Somos un pueblo», añadió, «muy dado a la fe y aquí se juega con eso. Se manipulan los valores y hoy en día la estrategia de poder tiene que ver con lo religioso. Pareciera que se ostenta el poder por un derecho divino y la gente se apega a eso».

La Santa Fe de Enay Ferrer es el esfuerzo de un artista que, como se ha dicho, llega tarde a las escenas de los crímenes y, por eso, quiere ayudar a que cambie para siempre la sociedad que retrata en su pintura con 498 cuchillos y una ilusión.

SÁBADO

El poeta del árbol teñido

Se la han muerto a Paraguay y a la América toda, a la misma hora y en el mismo minuto, el artista plástico Carlos Colombino (Concepción, 1936- Asunción, mayo de 2013), el hombre que creó la xilopintura para retratar y grabar en la madera eterna del cedro su visión de la vida, y el poeta Esteban Cabañas, el seudónimo que usaba Colombino para cantarla en versos y contarla en novelas, relatos y obras de teatro.

Esa muerte se lleva también a uno de los más firmes luchadores contra la dictadura de Alfredo Stroessner y al intelectual lúcido y coherente que siguió frente a las herencias de la intolerancia y los dogmas que dejan los gánsters con charreteras en los países donde se instalan.

Arquitecto, crítico de arte, periodista y animador cultural, Colombino era un escurridizo y dislocado personaje del Renacimiento que se producía fuera de los relojes en una zona del mundo difícil, hermosa, terrible y desenfocada.

La noticia de su muerte ha llevado a los medios del país y de la región una colección de reseñas sobre su obra, sus resabios que ya tienen resonancias de rebeldías y hasta una nota de su amigo el diplomático español Eduardo de Quesada que, desde Montevideo, lo recuerda como un hombre cercano que enmascaraba su ternura bajo el parapeto de su aparente intransigencia.

La imagen del artista total que fue Colombino también trató de atraparla la escritora Susy Delgado en estas líneas: «Tomó en sus manos por momentos la madera y por momentos la pluma, con rabia y con ternura, y contradijo con ellas esa nada; sobre esa materia precaria e ingrata, sobre el descreimiento más descarnado, construyó una fe en lo imposible, dibujó la utopía. Demiurgo de la soledad y la ignominia, la chatura y la ceguera y la mentira».

LUNES

Un hombre que se llama Juan

Es una especie de autobiografía escrita en prosa y verso con angustia y un poco de miedo, con honradez, con la fuerza cautivadora del testimonio y la poesía que siempre custodia a Juan Cueto-Roig, un hombre que nació en Caibarién, en el norte de Cuba, sin fecha fija conocida porque la que pone en las contraportadas de sus libros es la de su salida hacia el exilio, en 1966.

El escritor repasa, en 100 páginas ilustradas con fotos de la familia, los primeros años de su vida con unas pequeñas historias conmovedoras. Los trallazos de ironía y humor y evasivas no pueden, de ninguna manera, disimular que Lo que se ha salvado del olvido (Silueta, 2013) es un conjunto de piezas tristes. Muy buenas y tristes.

Poeta, narrador y traductor al castellano de importantes autores de habla inglesa, Juan Cueto-Roig renueva ahora el poder y la importancia de su obra. Y le responde a Eliseo Diego la pregunta que le hace a Juan desde una cita incluida en el libro: «¿Y qué va a ser de tus recuerdos/ cuando no tengan ya donde encontrar abrigos?».