El primer metrosexual

David Beckham es guapo, y él lo sabe, lo ha sabido siempre. Futbolistas guapos siempre los hubo. A mí ahora me parecen guapos, cada uno es su estilo, Fernando Llorente, Isco, Iker Casillas –hace diez años era un escándalo– y Xabi Alonso. Pero cuando Beckham empezó a arrasar no sólo en el fútbol, sino también en la publicidad y en la moda y en las fiestas de todo pelaje y en la prensa del corazón no sólo era un futbolista guapo, sino un futbolista guapo, moderno y metrosexual. Ahora –a los 38 años, cuando se retira del fútbol, que no de todo lo demás– lo sigue siendo.

A partir de la aparición de Beckham, en los vestuarios de las Ligas de todo el mundo empezaron a brotar metrosexuales. Ninguno le ha llegado jamás a la suela de la bota en esa combinación de guapura, modernidad y metrosexualidad. Su aparición en el madrileño Hotel Fénix para su presentación a la prensa como fichaje galáctico del Real Madrid fue deslumbrante: con el pelo rubio recogido en una coleta, unos pedruscos resplandecientes en las orejas, aquella sonrisa de pilluelo tierno en una cara de anuncio de crema de afeitar, y aquellos vaqueros ceñidos y rotos por todas partes –y en algunas partes, hasta casi la temeridad– inauguró, al menos en España, el fútbol como cantera también de glamour, osadía estética y sexualidad traviesa. Naturalmente, ningún otro futbolista le sacó mayor rendimiento a tantas novedades extradeportivas en el mundo hasta entonces francamente acartonado del balompié.

Sin dejar de ser de una honradez deportiva ejemplar, y con un talento sobresaliente para su oficio, Beckham supo combinar como nadie en su gremio la coquetería, el candor natural, la caballerosidad relajada y la habilidad para los negocios. Con una materia prima de primer orden, aunque algo torturada por tanto tatuaje, su fotogenia es prodigiosa, y encantadora su franqueza física. Con su mujer, Victoria –ese estirado simulacro del pijerío británico– forman un astuto tándem casi incestuoso, una pareja en la que ella se hace odiar y él se hace querer. Una fórmula infalible para devorar miradas y para hacer caja.