Un Roldán apócrifo
Para convencerme de que el torilero de los primeros toros era Luis Roldán solo necesitaba que se hubiera quitado la montera, verle la calva y que se afeitase la barba que lucía. La calva del jefe de los guardias más ladrón de todos los tiempos, es imborrable; la calva y los calzoncillos. Pero no era cosa de pedirle al torilero –sangre de toro y azabache– que se quitara la taleguilla. Mal está la política española, pero no hasta el extremo de poner de torilero a un chorizo porque, a lo peor, se queda con la llave y con los toros. La relación del rejoneador con el caballo es una relación de lealtad, y de entendimiento. Y de solidaridad afectiva. De ahí la idea mítica de centauro: una unidad anatómica y mental, un solo un ser mitológico y dino. No se trata de un ser mitad hombre y mitad caballo; se trata de una unidad hipostática de dos naturalezas transustanciadas en una.
Si la fusión entre caballo y caballero hubiera sido más fina y más sutil, Mariano Rojo, debutante, el resultado hubiera sido otro, aunque esa oreja de debutante debe saberle a pura gloria; los murubes de Carmen Lorenzo eran de dulce. En cambio la simbiosis que desde el primer momento se produce entre Diego Ventura y los animales de su cuadra se traduce en prodigio. Los quiebros, los recortes, la elegante agresividad torera, sólo pueden ser efecto de una misma mente y una misma fortaleza. Lo del mordisco al toro es otra cosa; yo prefiero el beso del torero o el suave cabezazo en la testud.
Se cabalga de otra forma que en los tiempos iniciáticos y heroicos, se va al toro estableciendo un diálogo íntimo y un juego. Y eso requiere el desmoche de las astas, la podadera de los pitones. Conchita Cintrón decía que en puntas no se harían tales maravillas; elemental. Ese diálogo no fue capaz de establecerlo el presidente don Trinidad con el público que demandaba la segunda oreja para Diego Ventura.
Puede que estuviera seguro de que este amarraría otra y con ella la Puerta Grande en el cuarto, como así ocurrió. Y ya suma 11 en toda su carrera. Cerró la tarena de caballeros Leonardo Hernández, que es menos espectacular; pero quizá más puro, aplicando los conceptos tradicionales de temple y terrenos. Pero eso no siempre se traduce en triunfo y apoteosis. Para eso está el gran Ventura. Imparable y torrencial.